Dra. Nidia Burstein. Socióloga. Miembro del Club Político Argentino.
Transcurrían los cálidos días de Enero de 2020 con las secuencias habituales de las vacaciones.
Argentina brillaba al sol y nada hacía prever los severos cambios que sobrevendrían sobre nuestra vida cotidiana. En la Sociología actual, la idea de “vida cotidiana” cobra relevancia: ella es un continente de “rutinas” que nos hacen más fácil la existencia. No sólo nos provee de estabilidad y pertenencia; también nos permite reconocernos como quienes somos.
Hacia Febrero de ese año, algunas noticias enmarcadas en la palabra Wuhan dieron cuenta de una epidemia (entonces no había sido considerada Pandemia por la OMS) relativa a ciertos contactos entre seres humanos y animales.
En un aumento creciente de los contagios se evidenciaron las características más distintivas del nuevo virus. Desde entonces, el Covid-19 ha trastornado gran parte de las actividades habituales, aquí y en el mundo entero. De pronto, la palabra confinamiento ascendió en nuestro lenguaje a la categoría de suceso posible. Y así fue.
Tan sólo 20 días del mes de Marzo bastaron para que se decretara una “cuarentena” por un tiempo definido: todos sabíamos, sin embargo, que no nos estaban diciendo la verdad. Nuestra intuición colectiva nos indicaba que quienes tomaban las decisiones no exhibían claridad respecto de lo que ya se empezaba a considerar “pandemia”.
En su “Lucha por el reconocimiento”, Axel Honneth sostiene que son tres las dimensiones o “esferas” de reconocimiento recíproco que son parte constituyente de la personalidad individual. El amor que conduce a la autoconfianza, el derecho, que significa el reconocimiento jurídico y el respeto de la persona como ser autónomo y la solidaridad, que se refiere a una comunidad de valores compartidos. Sin embargo, la vida social esconde la posibilidad de oponer a esas esferas, lo que Honneth define como tres formas de desprecio: los malos tratos que amenazan la integridad física, el despojamiento de derechos que amenaza la integridad social y la humillación que deteriora la capacidad de los miembros de contribuir con la comunidad.
Estos son los rasgos del “agravio moral” que para el autor, son la muestra de una “patología” en el funcionamiento de la sociedad.
¿Qué nos pasó a nosotros, como comunidad, durante un confinamiento tan extendido en el tiempo? Acaso no fuimos testigos de situaciones trágicas, de injusticias repetidas, del debilitamiento de nuestros derechos, del uso desmedido del miedo por parte de quienes decían que “cuidaban” de nuestra salud? Una dimensión que cobra especial relevancia en la teoría del reconocimiento se refiere a la esfera del trabajo. En efecto, el trabajo remunerado, el trabajo que ha sido forjado con el esfuerzo individual y en el que están en contacto un conjunto de personas es de primordial importancia para sostener la valoración social. Uno es en su trabajo. Pero en nuestro país, el cierre obligatorio y compulsivo de casi todos los establecimientos, derrumbó fortunas, empleos y la salud psíquica y física de millones de seres. A la luz de la teoría del reconocimiento, sólo podemos concluir que el “desprecio” fue más sólido que una lucha seria contra el virus.
A su vez, el derecho a la educación fue anulado en nuestro país por largo tiempo. Ese hecho, visto desde esta perspectiva teórica exhibe una nueva cara del desprecio. Suspender sine die las clases presenciales no suponía para los ministros una objeción de conciencia. Al revés, se intentó justificar el atropello con explicaciones insólitas y burdas.
Asimismo, la pandemia dejó al descubierto, en muchos países, unas tendencias autoritarias renovadas. Inmediatamente varias voces alrededor del mundo alertaron sobre las amenazas a la democracia y al estado de derecho. Entre nosotros, una sociedad civil alerta marchó en varias ocasiones haciendo un uso responsable de su autonomía y su racionalidad.
Ya situados en 2021, la sociedad argentina experimenta un estado de frustración y enojo porque los agravios se han ido acumulando como una torre imposible de sostener. A unas políticas sanitarias erráticas y deficientes, se han sumado los problemas irresueltos de muy larga data.
Aunque Honneth no lo expresa así, es cierto que un componente vertebral del reconocimiento, es la libertad. Porque es ella la que fomenta el intercambio entre los seres humanos y la que nos permite distinguir el desprecio del reconocimiento.
Por ello, es esa libertad la que nos permitirá trocar la torre de los agravios por una comunidad de iguales que se saben responsables por el destino de la sociedad, en la que las autoridades respondan por sus actos, se hagan cargo de los resultados de sus acciones (así lo anotaba Max Weber) y, con o sin pandemia, entiendan que el desprecio no es aceptable en la vida social de hoy.