Opinión

“Sólo el equilibrio entre la razón y la sensibilidad nos puede ayudar a ver el camino hacia el futuro que soñamos. Nunca la bronca ni la indignación. Menos el odio”

Por Marcelo Feliú

Cada aniversario es una oportunidad para recrear las utopías que necesita el futuro. Mucho más en una ciudad que se encamina a cumplir su bicentenario.

En Bahía Blanca, donde suele haber tantas utopías ardiendo, incluso a contramano de la realidad ¿cómo imaginar aquellas que nos orientarán luego de cumplir 200 años?,¿qué pasiones y qué mitos asomarán al comenzar a transitar nuestro tercer siglo?, ¿quiénes serán los nuevos Pronsato, Mallea, Milstein, Cabrera o Ginóbili, si es que llega a haberlos?

En procura de abordar semejantes interrogantes, propongo que nuestra realidad como ciudad sea analizada desde tres puntos de vista: la ciudad que soñamos, la que en verdad somos y aquella que razonablemente podríamos ser, si forjamos bases sólidas.

Esta última alternativa, como esperanza, viene a intentar poner un escalón intermedio entre la distancia que sin duda media entre las otras dos.

Entre el disfrute de lo que supuestamente fuimos alguna vez y el orgullo de lo que podríamos llegar a ser, no se toma en cuenta que hay miles de bahienses que sufren lo que en realidad somos hoy.

Y se pierde de vista que el único puente posible entre lo real y lo soñado es plantear con sinceridad qué es lo que estamos en condiciones, razonables, de ser.

¿Quién puede negar que Bahía Blanca reúne todos los requisitos para ser una ciudad emblemática, pujante, o aquellos datos que la colocan en sitiales iniciales similares a ciudades que se han desarrollado exponencialmente?

Pero alcanza con andar unas pocas cuadras para darse cuenta que esos horizontes han quedado lejos en el pasado, cuando estamos, cómo estamos, aquí y ahora.

En comparación con ciudades relativamente similares, en una carrera por un crecimiento sustentable e integral, Bahía Blanca arranca desde un punto inicial bastante privilegiado: densidad poblacional, ubicación geográfica, Producto Bruto –sector productivo-, recursos humanos y naturales, consecuentemente una prospectiva de desarrollo innegable.

Esto podría servir para trazar el plano del sueño: una comunidad próspera, pero al mismo tiempo, igualitaria e inclusiva; que aspire a concretar un liderazgo en el desarrollo regional y a proyectarse a todo el mundo a través del puerto con mejores cualidades del país.

Sólo con ese diseño grabado a fuego en el anhelo colectivo como un compromiso irrenunciable será posible dejar de ser potencia y empezar a transitar el camino hacia el acto.

El camino para empezar a parecernos a lo que soñamos que podemos ser solo puede recorrerse “paso a paso”, muy despiertos, muy dispuestos y muy atentos. 

Como cualquier construcción que pretenda ser duradera, requiere de sentar bases muy firmes. Hay que tener claro, desde el vamos, que quienes dediquen su esfuerzo a plantar esas bases, no verán lo que pueda llegar a construirse sobre ellas.

Esto demanda inexorablemente de una conducción local que fije una agenda capaz de trascender cada plazo electoral, que no sucumba o se someta a intereses oportunistas y coyunturales.

Que defina premisas de una previsibilidad urbana ambiental que marque sin la menor duda hacia dónde va la ciudad, cómo debe concretarse ese recorrido y qué se puede y qué no para transitarlo.

Que cuente con un plan director de desarrollo de la infraestructura y servicios que se requieran en consecuencia, que ofrezca previsibilidad tributaria, y una planificación participativa que defina políticas sociales acordes.

Pero por sobre todas las cosas, necesitamos que lo establecido en estas directrices se mantenga, se ratifique y se profundice cualquiera sea el color político al que la voluntad popular encomiende el gobierno de la ciudad. Con estas bases, con vocación política de continuidad, la ciudad estará en las mejores condiciones de atraer y generar inversión, crecimiento sostenido y ordenado.

Sólo el equilibrio entre la razón y la sensibilidad nos puede ayudar a ver el camino hacia el futuro que soñamos con la claridad que se requiere. Nunca la bronca ni la indignación. Menos que menos, el odio. Está claro que la sociedad reclama otra cosa.

Que un golpe de suerte nos convierta en la ciudad que soñamos es improbable. Empezar a construir esa autonomía desde la actitud, desde el deseo de protagonizar, seguido de la certeza de que las cosas no suceden sólo porque se las enuncie como quien pide tres cosas al soplar las velas de una torta de cumpleaños o levantar las copas a fin de año, tal vez no lo sea tanto.

Depende de nosotros.

Tomemos como punto de partida poder debatir con franqueza cuáles son, de verdad, las ilusiones razonables de nuestra ciudad.

Los mitos expresan, a fin de cuentas, deseos comunes. Y nada pertenece al porvenir con tanta nitidez como el deseo.

¿Qué deseamos los bahienses de nosotros mismos? Que contemos con la serenidad y la determinación para empezar a comprenderlo, definirlo y, si cabe, concretarlo, es mi deseo en este aniversario.

Marcelo Feliú es Senador provincial, abogado y docente universitario (UNS)

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