Días atrás recordábamos el femicidio de Natalia Melmann, una jovencita violada y asesinada por policías en la ciudad de Miramar veinte años atrás, cuya familia continúan reclamando justicia. En enero pasado nos sacudió muy cerca de Bahia Blanca, precisamente en la localidad de Mayor Buratovich el femicidio de la joven madre Yesica Paredes cometido por su pareja. En el mes próximo se conmemora un año del femicidio de Susana Melo en nuestra ciudad, cometido por su expareja, Los observatorios de Género que realizan seguimiento estadístico de los femicidios acontecidos informaron recientemente que durante el mes de enero pasado se cometieron 30 femicidios, y hoy podemos ir agregando los cometidos recientemente en lo que va del mes de febrero.
Por eso decimos que esta realidad tan dura y que genera mucha angustia e impotencia es mucho más compleja de lo que a simple vista se visualiza. Nada devolverá la vida de quienes fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas. En la mayoría de los casos significará el fracaso del propio Estado en la prevención, cuando con frecuencia las muertes se producen luego de varias denuncias frustradas, o medidas de protección que no fueron otorgadas a tiempo, o dispositivos de seguridad que no funcionaron o fueron insuficientes.
“Desde dónde piensan y qué piensan estos hombres cuando culmina el episodio de violencia”. Seguramente las respuestas del varón que ejerce violencia de género van a estar orientadas a justificar su acción violenta y en depositar la culpa en el afuera. El policía Matías Martínez quien asesino a Úrsula Bahillo luego de cometido el femicidio se comunicó con un familiar para decirle “me mandé una ca…..”. Acabar con la vida de una mujer tiene ese significado para el violento. Desde ese lugar lo siente, lo piensa y por lo tanto lo lleva a cabo. Y este hecho se repite una y otra vez en distintos lugares del país y del mundo. Porque desde ese lugar piensan a la mujer los varones que ejercen violencia de género, como un objeto de su propiedad, sometida a su voluntad y que es él quien debe poner fin a la relación y no ella.
Y esto está relacionado con una de las tantas dificultades que debe enfrentar una mujer a la hora de tomar la decisión de denunciar la situación de violencia y son las palabras recurrentes del violento cuando la somete por la fuerza “Para qué vas a hacer la denuncia si no va a pasar nada, quién te va a creer” Y lo conmovedor de todo esto es que la historia de Úrsula y de tantas otras mujeres lo corrobora, porque las denuncias están pero “no pasa nada”.
El Estado, las Fuerzas de Seguridad y el Poder Judicial no llegan a tiempo o directamente no llegan. Suele ocurrir que no siempre se cree en el relato de la mujer que denuncia, se reclaman pruebas que certifiquen sus dichos, y el tiempo de quien denuncia no es el tiempo de la justicia. Y una trata de buscar respuestas y no las obtiene, porque muchas veces tienen a la vista los indicadores del riesgo que corre la vida de quien denuncia y se dilata la intervención, se burocratiza el proceso y no se llega a tiempo.
Lo cierto es que la impunidad que generan las malas investigaciones, actúa como el mayor y más perverso estímulo a los violentos que sienten que pueden continuar con sus vejaciones y abusos ya que nunca serán sancionados.
Por eso es necesaria una justicia que investigue con mirada de género cada denuncia que se recepciona, cada episodio de violencia que se denuncia. Y esto no es una opción, es una obligación indelegable de policías, fiscales y jueces de las que no pueden evadirse los medios de comunicación a la hora de informar. Como también es obligación de la justicia brindar protección inmediata a quienes atraviesan situaciones de violencia de género.
La capacitación debe ser constante. La Ley Micaela es un primer paso que como norma establece la sensibilización y capacitación de las personas que conforman el estado en temas de género y violencia contra las mujeres y disidencias. Por eso es necesario que las Fuerzas de Seguridad, la Justicia tengan espacios de reflexión desde donde pensar sobre cómo deconstruir la dinámica de la violencia de género para visibilizar las variables e indicadores que definen los riesgos reales o potenciales de quien transita una situación de violencia como también el perfil de quien es denunciado, sus antecedentes, el grado de peligrosidad que presenta con relación al vínculo que lo une con quien realiza la denuncia, el seguimiento del cumplimiento o no de las medidas de protección otorgadas.
Se necesita seguir trabajando los estereotipos y las representaciones sostenidas por la matriz patriarcal que perpetúan la desigualdad de género, la asimetría de poder y dominación que acaba con la vida de las mujeres y disidencias. La violencia como respuesta surge cuando aparece la rebeldía de la mujer ante el poder machista, cuando aparece el “no” y deja de ser sumisa. De allí que se impone trabajar nuevas masculinidades seriamente, deconstruyendo patrones y mitos culturales, sociales, que definieron a través del tiempo que el varón debía tener poder sobre la mujer. El debate sobre la identidad de género no solo tiene que ver con el rol de la mujer en la sociedad sino también con el rol del varón y su masculinidad en la convivencia con las mujeres y disidencias.
Por Nora Cecilia Dinoto, integrante Red Local Violencia de Género Bahía Blanca
Hacer la denuncia es un derecho de todas las personas que son víctimas de alguna forma de violencia de género. Las autoridades policiales y judiciales tienen el deber de protegerte.
Pedí ayuda. Consultá al 144. Ante una situación de emergencia llamá al 911.
Esta entrada ha sido publicada el 14 de febrero, 2021 09:00
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