El soldado estaba en una celda con poca luz, apenas la lamparilla del pasillo, en el Regimiento 3 de Infantería. Era el 18 agosto de 1938, a las 05.00. El mayor Guillermo Mac Hannaford fue el único militar argentino condenado por espionaje y degradado en una solemne ceremonia. Pero también fue el protagonista de un caso muy parecido al que sufriera Alfredo Dreyfus, un militar francés.
El nombre de Dreyfus hizo famosa a la Isla del Diablo, la colonia penal que Francia tenía en las Guyanas, donde lo mandaron preso. Pero sobre todo se ¡convirtió en el paradigma del hombre atrapado por una conspiración, condenado por prejuicios y humillado por un delito que no cometió!
A Mac Hannaford, le leyeron la sentencia: reclusión perpetua y degradación pública. De inmediato, lo sacaron del regimiento, en Garay y Pichincha, en un celular blindado, rumbo al Colegio Militar de El Palomar.
El caso Mac Hannaford comenzó el 3 de diciembre de 1936, en el despacho del ministro de Guerra, general Basilio Pertiné, abuelo de la esposa del expresidente Fernando De la Rúa. El coronel Torreani Vieira, agregado militar de la embajada de Paraguay, había pedido una audiencia. Su país venía de una larga guerra con Bolivia por la región conocida como Chaco paraguayo, una zona limítrofe entre ambos países.
Y era un secreto a voces que la Argentina había dado ayuda extraoficial a Paraguay porque rechazaba las pretensiones de Bolivia. Los paraguayos mantenían cordiales relaciones con la Argentina. Pero Torreani Vieira no había ido a hablar del conflicto sino que traía una grave denuncia: un civil a argentino le había ofrecido documentos militares secretos. Ese día el civil fue detenido. Era Horacio Pita Oliver, un espía de los servicios de informaciones del Ejército, un “service” se diría hoy en día. ¿Quién le había dado los papeles clasificados?
Pita Oliver mencionó al mayor Mac Hannaford, ayudante del jefe del Estado Mayor, general Nicolás Accamé. Era toda una sorpresa: Mac Hannaford había sido, hasta dos días antes, uno de los edecanes argentinos del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, que había presidido en Buenos Aires la Conferencia Interamericana de la Paz.
Pita Oliver también señaló al teniente primero Aquiles Azpilicueta y a una mujer, Jorgelina Argerich. Los militares detuvieron a Azpilicueta en San Luis y también a Argerich, en cuya casa encontraron papeles “desaparecidos del Estado Mayor”. Poco antes de las doce de la noche de ese día, Mac Hannaford fue arrestado en su casa de Olivos. Derrumbaron el cielorraso, levantaron los pisos, revisaron cada rincón pero no encontraron nada. El secreto fue total. El público no supo nada de esto durante mucho tiempo.
Horacio Pita Oliver era primo del general Rodolfo Martínez Pita, que en 1936 presidía el Consejo de Guerra para Jefes y Oficiales. Martínez Pita se había desempeñado en la Comisión Militar Neutral durante la guerra entre Bolivia y Paraguay, pero sobre todo era conocido en el Ejército porque representaba a la corriente de oficiales que adhería a las posiciones del gobierno nazi alemán y fascista italiano. No se llevaba bien con el mayor Mac Hannaford, que simpatizaba con la causa de los aliados y no apoyaba al GOU (Grupo de Oficiales Unidos), una logia que reunía a militares del mismo pensamiento que el de Martínez Pita. A ese grupo perteneció también Juan Domingo Perón.
Una denuncia sin pruebas
Al acusado MacHannaford, se le permitió nombrar a un defensor civil y designó a Oscar Semino Parodi, que lo asistió hasta el final. Pero debió cambiar ocho veces de defensor militar, porque sucesiva y sistemáticamente eran asignados a otros destinos. El general Accamé, que conocía bien a Mac Hannaford porque era su superior fue enviado sorpresivamente en misión en Brasil y no declaró en la Corte.
El proceso comenzó y terminó sin una prueba clave: jamás fueron encontrados los documentos que Pita Oliver le había ofrecido al agregado militar paraguayo. El caso se basaba en sus palabras, que no pudieron ser examinadas. Por ejemplo, Pita Oliver había asegurado que Mac Hannaford quería cobrar 300 pesos por los documentos, pero el mayor no pasaba apremios económicos y estaba a punto de ser ascendido a teniente coronel con lo cual recibiría un aumento de 400 pesos. También resultaba extraño que el ofrecimiento de secretos militares se hiciera a Paraguay. ¿Por qué? Según la legislación de aquel entonces y la actual, el delito de traición a la patria existe cuando alguien colabora o ayuda a un país enemigo de la Argentina. Y Paraguay era un país amigo de la Argentina.
El delito, de haber existido, no se había consumado porque los documentos prometidos a Paraguay no fueron entregados.
A los papeles “desaparecidos del Estado Mayor”, los encontraron en la casa de Jorgelina Argerich, no de Mac Hannaford y jamás se supo qué importancia tenían o si eran sólo papeles en blanco membretados. El 16 de agosto de 1938, el presidente Roberto Ortiz, que ya había sucedido a Agustín P. Justo, firmó el decreto confirmando la sentencia.
No hubo posibilidad de apelar porque a los defensores se les negó recurrir a la Corte Suprema. Quedaba en el tintero una cuestión mayor: el acusado recibió la pena máxima, es decir perpetua, pero el delito, de haber existido, no se había consumado porque los documentos prometidos a Paraguay no fueron entregados. Hubiese correspondido una pena menor por presunta tentativa.
Un acto sin precedentes
El 18 de agosto de 1938 todo estaba preparado en el Colegio Militar de El Palomar para un acto inédito en la historia argentina, la degradación de un militar. A las 7, en el patio principal, estaba formado el cuerpo de cadetes. Había 700 jefes y oficiales. Un pelotón de ocho hombres al mando de un sargento escoltó a Mac Hannaford hasta que se ubicó frente a la formación de cadetes, presidida por los militares de más alto rango. El acusado estaba pálido. Un capitán leyó la sentencia. Entonces el coronel Juan Tonazzi, director del Colegio, se adelantóy dijo:
“Mayor Guillermo Mac Hannaford, sois indigno de llevar las armas y vestir el uniforme de los militares de la República. En consecuencia, en nombre de la patria, os declaro degradado”.
Mac Hannaford se ciñó su propio sable, que el sargento al mando del pelotón le había dado. Enseguida, el sargento se lo sacó y lo tiró al piso. Después, le arrancó del uniforme los distintivos de oficial y también los tiró al piso. El pelotón, con Mac Hannaford en el centro, desfiló por el patio rumbo a la celda. Cuando desapareció, el silencio continuaba.
Los otros acusados, Jorgelina Argerich, Azpilicueta y Pita Oliver, recibieron penas menores. Llamativamente, Azpilicueta fue reincorporado al Ejército luego de cumplir cinco años de condena. Mac Hannaford fue llevado primero a la isla Martín García y luego al penal de Ushuaia, donde pasó casi 10 años. El 20 de julio de 1947, antes de que la prisión se cerrara, el exmayor y otros 55 detenidos fueron enviados a Buenos Aires.
Lo mandaron a la cárcel de Caseros. Ya había contraído tuberculosis. Desde el momento de la condena, su familia reiteró ante cada gobierno el pedido de indulto. El último en negarlo fue el presidente Perón. Luego de pasar 20 años preso, el exmilitar fue indultado finalmente por un decreto secreto del presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu, en 1956. Mac Hannaford murió cinco años después de su liberación, el 5 de setiembre de 1961. Olvidado, como su caso.
Fuente: TN