“Señores, estamos en aguas internacionales”, le dice El profesor (Álvaro Morte) a su banda y la euforia se desata en un destartalado barco pesquero. La tensión se afloja porque esas cinco palabras marcan el final del gran “atraco” que acaban de dar en la Fábrica de Moneda y Timbre. El escape fue un éxito y el arribo al punto del océano que no está regulado por ningún país, les da la libertad definitiva. Los mamelucos rojos y las máscaras ya son cosa del pasado… O no. Es que ya en el primer episodio de la tercera temporada de “La Casa de Papel” (que ya está disponible en Netflix), se puede ver cómo el castillo de naipes que delicadamente construyó el líder de este equipo, cae destrozado por un error infantil.
La vuelta de la serie española creada por Alex Piña ya estaba confirmada hace rato, pero lo que no se sabía era cómo iban a hacer para que esa historia que había concluido con moño, pudiera reaparecer sin dejar la sensación de haber sido forzada por la ambición de un negocio altamente rentable. La ficción batió récords de audiencia y dejó al público con ganas de más, pero para estar a la altura de esa enorme expectativa generada a nivel internacional era necesario realizar un esfuerzo en todos los sentidos. Es por eso que, tal vez, sea ésta la mejor de las tres entregas.
En primer término, cumple con un requisito fundamental: entretener. Incluso aquel espectador exigente que encuentre diálogos trillados, o lugares comunes por doquier, se quedará sentado en el sillón, atento a cada acción, durante los 40 y tantos minutos de duración de cada episodio. La impresionante puesta en escena, los millones invertidos, la enorme y variada cantidad de locaciones (Tailandia, Panamá, Reino Unido e Italia), aportan impacto. Al igual que las explosiones, los enormes despliegues policiales y el armamento que se presenta en pantalla: hasta Río saca un lanzamisiles y le apunta directo a dos lanchas de Policía.
Pero el guión también cumple. Se logró encontrar la manera de que la banda se vuelva a juntar sin que suene a forzado. Se sabe, por sus altas mediciones, que la serie cuenta con el apoyo de una audiencia que no rasca en los rincones de los capítulos buscando hilos sueltos o cosas que no podrían suceder en la vida real de ningún modo. Entonces la propuesta del secuestro de uno de los miembros de la banda (no es spoiler, se vio en los trailers) y la imperiosa necesidad de este grupo de ir a rescatarlo, pone en marcha un nuevo plan que apunta a ir por todo.
Y allí aparece también una especie de postura política: los conceptos casi anárquicos de resistencia, crítica al sistema y rebelión, que se habían visto en las entregas anteriores como una manera de justificar el atraco y de poner a este grupo del lado de los buenos, ahora toman más fuerza. Daría la impresión de que se está amasando una gran guerra de enormes dimensiones.
Por último hay que destacar el atractivo arribo del talentoso Rodrigo de la Serna, que acompaña el misterio en torno a Berlín (Pedro Alonso). Vale recordar: el villano de las dos primeras partes fue tiroteado por la policía y su muerte fue clave para que el escape con los millones de la Fábrica de Moneda y Timbre pudiera realizarse. Martín, el Ingeniero, luego bautizado como Palermo, es el personaje que encarna con pericia el actor argentino. Era amigo de Berlín y su muerte lo destruyó. Sin embargo, acepta sumarse al grupo y aporta el nuevo y excéntrico plan. Desfachatado, enérgico y muy argentino, De la Serna quiebra una cierta monotonía y llena de matices a la ficción.
Calificación: Muy buena
Los ingredientes para mantener apasionada a su audiencia están. Ahora, está en manos del público definir si fue buena o mala la decisión de reabrir “La casa de papel”.
Fuente: Clarín