Mónica, hace toda una travesía para llegar a la escuela N°13 de la Colonia El Balde en el Partido de Rivadavia, en los márgenes del mapa.
Mónica Tortone todos los lunes deja su casa en General Pico, La Pampa, para hacer 120 kilómetros por caminos de tierra, olvidados y muchas veces inundados, que cruzan por el mítico Meridiano V (límite entre esta provincia y Buenos Aires), hasta llegar a la escuela N°13 de la Colonia El Balde en el Partido de Rivadavia, en los márgenes del mapa.
Allí se queda una semana viviendo sola en una pequeña casa dentro del establecimiento. Durante todo este tiempo, es la única habitante de un paraje que no figura en los mapas y que sólo existe por la presencia de la escuela, y del Club Agrario El Balde, hoy sin actividad. “Me acostumbré a estar sola, y nunca tengo miedo, para mí es un cable a tierra quedarme acá”, asegura esta maestra rural de 47 años que hace 18 años está a cargo del Jardín de Infantes de este rincón indómito en la llanura.
La Escuela N° 13 Remedios de Escalda de San Martín se ve desde lejos. El pastizal, algunos pocos árboles y la inmensidad del desierto pampeano, la destacan. Fue inaugurada en 1936. En cambio, el Jardín de Infantes cumplirá 25 años en el año 2020. Mónica tiene seis alumnos. A la primaria van diez. La matrícula es alta para el paraje. “Algunos llegan a caballo, otros a pie, y otros en auto”, comenta Mónica.
“La escuela es la única posibilidad de los chicos de encontrarse, son muy aplicados y no existen problemas de aprendizaje“, asegura Mónica.
La escuela tiene calefacción a gas y luz por red, televisión e Internet. “Pero las señales son mínimas, cuando hay grandes vientos se corta la luz”, asegura. Sin embargo, la Cooperativa Eléctrica que le suministra el servicio, la llama constantemente para ver si lo tiene. “Todos los vecinos saben que me quedo sola y cuando necesito algo, están presentes”, cuenta.
La travesía hasta su puesto de trabajo arranca a las seis de la mañana todos los lunes. A las 13 llegan sus alumnos y a las 17 termina su día, pero comienza otro: el de su estadía en la soledad. “Me he tenido que acostumbrar a los ruidos naturales. Hay una paz muy grande, llego muy cansada al fin del día. Ordeno la casa, y tengo que hacer tareas administrativas de la escuela”, afirma Mónica. La televisión es una compañía. “Miro a veces noticieros, pero es muy agresivo lo que veo. Me inclino por los documentales”, sugiere.
Los primeros años vivió con su hijo, Gianfranco, pero luego debió irse a General Pico para continuar con sus estudios. “Fue un golpe duro”, confiesa. Para no tener que cocinar, se prepara viandas el fin de semana. “Me quedo pensando, se me pasa rápida la semana”, sostiene. Las tormentas son fuertes, muchas veces debe quedarse el fin de semana en el paraje, por los caminos inundados. “Estar sola me ayuda a valorar todo lo que tengo”, reconoce.
“Algunos niños no suelen viajar, poder estar conectados es una gran herramienta”, afirma Mónica para graficar la importancia de la tecnología en una escuela dentro de un ambiente en donde la soledad es inmensa. “Cuando tenemos la posibilidad de una salida, la aprovechamos, a veces es la única manera de que algunos niños conozcan otros lugares que no sea el campo”, sostiene. Su semana culmina los viernes por la tarde. Si no ha llovido, puede regresar, existen varias huellas, pero elige la que supone esté mejor, la intuición es su copiloto. Si hubo viento, entonces los caminos se orean. La vuelta a la ciudad no es fácil. “Siento que todos están muy acelerados, para poder hablar tengo que cerrar las ventanas, los ruidos de los autos y las motos, son muy fuertes”, concluye.
Fuente: La Nación
Esta entrada ha sido publicada el 24 de junio, 2019 10:05
Deja un Comentario