El film de la documentalista Kristen Johnson hace de la muerte de su padre un juego, con emoción y humor negro. Y vimos los primeros capítulos de la serie sobre la novela de Fernando Aramburu.
Cuando su padre empieza con los primeros síntomas de pérdida de memoria, la documentalista Kristen Johnson (Cameraperson, Deadline) le propone un juego. Consiste en filmar distintas versiones de su muerte, hacer una película juntos. Y Dick Johnson, médico psiquiatra jubilado y viudo, acepta. El resultado es un film de despedida absolutamente original. Una crónica del amor entre padre e hija basada en el humor (negro) que comparten. Por lo tanto, divertida, graciosa, luminosa como la idea aprovechar el último tiempo de un ser querido para hacerle saber que lo queremos, y recibir su afecto.
Hay algo radical, extremo, en ese humor negro, que puede generar desconfianza, o rechazo a priori. Pero solo hasta que vemos interactuar a sus protagonistas. O los escuchamos, porque la realizadora está más a menudo fuera de campo, su voz en off, casi en un rol de reportera de su padre, aunque las conversaciones sean pura intimidad. La incomodidad de ese humor negro, su riesgo, también está presente. Y toma cuerpo en una secuencia importante, cuando el mejor amigo de Dick, aún sabiendo que es sólo una película, se quiebra irremediablemente.
Dick es un señor alegre, de risa fácil, que disfruta de un pastel de chocolate, se divierte con sus nietos y como actor principal del equipo de filmación. Que a la vez descubre, y se pregunta, por el oficio de su hija. Las escenas de su muerte, algunas desopilantes, incluyen dobles de riesgo, sangre de mentira y trucos de grabación profesionales.
Cómo opera el juego con su propia muerte en este relato familiar de sus últimos días es la materia que hace de esta película una obra tan única y original. Que pone en escena un asunto doloroso, el deterioro de los padres, gracias a la distancia, al “aire” que ese juego permite. Y que crece en melancolía y emoción a medida que el tiempo pasa y Dick va extraviándose en el vacío de su memoria.
Descansa en paz, Dick Johnson (Dick Johnson is dead, en el original) es una producción que se permite secuencias fantásticas, oníricas y absurdas. Entrando y saliendo de la “ficción” como si, en el plano real, la muerte también lo fuera. Padre e hija pertenecen, además, al culto adventista y se entiende que algo de esa espiritualidad hace a su forma de vincularse (tranquilos, la película en ningún momento intenta una promoción de su credo).
La directora cuenta que cuando perdió a su madre, víctima del Alzheimer, descubrió que apenas tenía registros audiovisuales de ella. Quiso evitar que pasara lo mismo con su padre. Así que hizo una película contra el olvido. Y como celebración de la vida compartida. Otra manera de decir adiós.
Si estás entre el millón de personas que compró Patria, el novelón de Fernando Aramburu, o entre las vaya a saber cuántas más que lo leyeron, seguramente el estreno de la serie fue un acontecimiento conmovedor. Ver a Bittori volviendo a su pueblo, a Miren nerviosa por la vuelta de “esa”, cuando ETA ha anunciado su definitivo final, pondrá a muchos la piel de gallina. Porque así de estremecedora es la historia desarrollada por Aramburu a lo largo de seiscientas páginas. La producción de HBO, a cargo de Aitor Gabilondo, es tan impecable que “parece que estamos viendo el libro”. Ahí está en buena medida la virtud, pero también la debilidad de esta adaptación, a juzgar por los primeros capítulos.
La novela del escritor vasco (que vive en Alemania hace décadas), se publicó en 2016 y convirtió en fenómeno una historia de dos familias rotas. O la historia de ETA vista a través del ojo de la cerradura, las vidas de estas madres, padres e hijos, de un pequeño pueblo del País Vasco, que pasaron de muy amigas a enemigas mortales. Divididas primero por el fanatismo político, el nacionalismo y su escalada violenta. Y finalmente por el asesinato de Txato, el marido de Bittori. Un empresario próspero extorsionado por ETA.
Como un melodrama hecho y derecho, el relato saltaba desde el punto de vista de esas dos mujeres y de los otros personajes, a lo largo del tiempo. Coral y abarcador, capaz de poner en juego los efectos del terrorismo en al menos un par de generaciones. La memoria, la posibilidad del perdón, las cicatrices de la locura política en el laboratorio social de los pequeños pueblos sus temas centrales.
La adaptación aparece tan pegada a su materia prima, tan impecable en su reconstrucción visual, que en algún momento, ya desde su buen primer capítulo, cabrá preguntarse si lo que lo conmueve es producto de lo que se está viendo o de estar viendo lo que se leyó y conoce. En Patria todo está bien: los actores, la imagen de la época, la atmósfera del pueblo, las secuencias de surgimiento y efervescencia de la violencia política. Se luce su diseño de producción: lo que visten, los objetos que usan, los interiores de esos departamentos de clase media del momento (en sus dos tiempos), con su mueble multiuso, su tapete para el sofá, su cerámica sobre la tele.
Habrá que ver si, quizá, el problema de Patria sea que todo está demasiado bien. Con su caligrafía prolija, en la que una escena da pie a un flashback, y otra escena, al siguiente, y así. Mientras los personajes hablan con sus muertos, o con Cristo, y la gente del pueblo, invariablemente hostil, mira y murmura. Elementos que en la novela funcionaban como pinceladas que iban pintando un cuadro, pero que en la serie quedan en evidencia. Desde menos sutiles al borde de lo obvio. En el mundo del revés que expone Patria, la viuda de Txato, más que víctima, es persona no grata en su propia patria chica.
Es difícil el proceso de traslado de un lenguaje a otro y que la adaptación tenga vuelo propio. Por lo visto hasta ahora, Patria lo logra a medias. Un proyecto que, al desafío inicial, debe haber sumado el peso de la expectativa como una responsabilidad. Por la popularidad del libro pero, sobre todo, porque es espejo de un tema que duele e incomoda. Lo que no le resta potencia para impactar e interpelar. A los españoles en especial, pero acaso a todos los que saben de sociedades polarizadas y ciudadanos enfrentados entre sí. Por ideologías, intereses políticos, nacionalismos, banderas. Que como dice el autor del libro, poco tiene que ver con la noción de patria.
Fuente: TN
Esta entrada ha sido publicada el 14 de octubre, 2020 16:30
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