Las películas de Hayao Miyazaki no son esencialmente infantiles. Son historias en las que lo constitutivo, lo dominante es la relación de un humano -por lo general un niño- y un ser fantástico.
Ese ser fantástico puede ser fantásticamente bueno o todo lo contrario. La imaginación del director de joyas como El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke y El increíble castillo vagabundo funciona a mil en El niño y la garza, que es su obra más oscura y profunda. Ganadora del Globo de Oro a la mejor película de animación, por suerte estrena en castellano y en japonés, con subtítulos en castellano.
A sus 83 años (el rodaje le demandó muchos años) tal vez ésta sea su despedida de la realización -algo que había proclamado hace diez años, con el estreno de Se levanta el viento-.
Ambientada en el Japón imperial de guerra en los primeros años de la década del 40, es una película entre triste y algo esperanzadora, una reflexión sobre la vida, la muerte y la naturaleza.
Mahito, un chico de once años que queda huérfano de madre, emprenderá un viaje, pero también de descubrimiento, por lugares desconocidos, como le ocurría a Chihiro.
Suena una sirena y Mahito se levanta asustado. Corren los primeros años de la década del ’40, el Imperio japonés está en guerra, y allí en Tokio entiende que se avecina un bombardeo. Lo que ocurrió fue que la bomba cayó en el hospital en el que estaba su madre. Y el niño, desoyendo las órdenes de su padre, va corriendo hacia allí. Las llamas abarcan todo, y Mahito se cruza por primera vez con la idea de que ha perdido a su madre.
Las alucinaciones, sueños o pesadillas, como quieran llamarlos, en los que ella le pide que la salve estrujen hasta el corazón más cerrado.
Mahito sufre la muerte de su madre e ingresa a un mundo que mezcla realidad y fantasía
Años después, es obligado por su padre Shoichi a trasladarse al campo. La residencia se llama Mansión Garza Gris, y allí está Natsuko, quien espera un hijo de Shoichi y también es la hermana de la madre de Mahito.
Una vida difícil de sobrellevar
La vida en la casona no será sencilla para el niño, entre la madre postiza y las siete ancianas sirvientas, más el sentimiento de culpa y sus miedos preadolescentes.
Es más, llega a golpearse en la cabeza con una piedra hasta sangrar y quedar encerrado en su habitación.
Su vida cambiará cuando una garza lo visite y lo guíe hacia terrenos sombríos del lugar, donde hay un mundo que va mucho más allá de la imaginación de Mahito. No es muy claro, pero estaría entre la vida y la muerte, de la razón y el absurdo.
Hay un portal que se atraviesa, que se abre a un oscuro mundo de fantasía y lo que se encuentra es más o menos espeluznante, entre otras cosas, loros que visten como militares.
El compañero de Mahito es la garza del título, un ave que esconde más de lo que uno puede creer entre su plumaje, hasta un rostro humano.
Dibujada a mano por humanos y no por computadoras, la película se ha dicho que combina algunos hechos de la propia infancia de Miyazaki, un cineasta que si en verdad se retira, lo ha hecho con un canto de cisne.
Enredado, perturbador y fascinante.
Fuente: Clarín