El violinista ganador del Grammy con el quinteto Astor Piazzolla en 2019 analiza el impacto cultural que provocó el compositor y la vigencia que tiene en la actualidad.
La vida del enorme compositor e intérprete Astor Piazzolla estuvo plagada de hechos y anécdotas que lo ubican en el lugar más alto cuando se habla de romper estructuras, dentro y fuera de la música, pero su revolución no radica solamente en su trayectoria. Su legado sigue hablando, tal vez hasta mejor que él, y nos proyecta, aún hoy, a horizontes que no han sido recorridos.
Los intentos por establecer nuevas revoluciones, algunos de excelente nivel, en general quedan truncos, ya que, para que una revolución ocurra, lo que viene sucediendo, el camino que se viene recorriendo, debe estar agotado o debe ser un camino errado.
Con la música de Astor en plena vigencia y en su momento de mayor explosión, es ridículo pensar en la necesidad de que ocurran nuevas revoluciones, en enterrar una revolución que sigue rodando. Astor sigue revolucionando con su inmensa obra, que aún es desconocida para la mayoría de los habitantes de este planeta y, por ello, pasarán muchos años más (¿décadas, tal vez?) hasta que la Ciudad de Buenos Aires encuentre otro revolucionario que establezca sonidos que describan mejor la actualidad de este suelo, aunque las revoluciones suelen sorprender, nada puede decretarse cuando de ellas se habla.
Todos aquellos que recorren el sendero de la escritura musical deben asumir que son un eslabón, altamente necesario por cierto, para que los cambios culturales se expresen a través de la música de algún lápiz prodigioso y, quien sabe, hasta alguno logre una pequeña (o gran) revolución. Como punto de partida, las revoluciones no pueden ser superadas, no se trata de “Mejor o peor que Astor”, se trata de recorrer nuevas formas, teniendo al arte como aliado infalible, que siempre acompaña y se las rebusca para colarse por huecos que parecen no existir.
Astor pagó (y sigue pagando) cara su revolución que, como todo hecho revolucionario, saca del estado de preponderancia a aquellos que no desean ir hacia adelante y eligen el confort, que es muy tentador. Con homenajes y todo, no faltan los seres que lo rebajan, lo menosprecian, lo envidian, que intentan silenciarlo, que lo combaten, que lo convierten en un negocio, que determinan arbitrariamente que Piazzolla ya tocó su obra y que por ya no debe interpretarse, que opinan que bajo su sombra no puede crecer nada, y una larga lista de motivos para intentar tapar el sol con la uña de un dedo meñique. La figura de este gigante de la combinación de sonidos seguirá iluminando para siempre a las nuevas generaciones, como toda revolución.
Astor supo, desde el primer día hasta el final de sus tiempos, que el mayor enemigo de las artes es la comodidad y por eso sigue siendo un innovador, porque una revolución siempre es una revolución, no caduca, perdura para siempre como algo necesario, es un ser vivo.
Con su música, casi imposible de encasillar, logró atravesar las barreras del academicismo, tanto como las del Jazz, además de las del mismo Tango, para convertirse en un imprescindible: no hay temporada de teatro ni organismo sinfónico sin Piazzolla, no hay festival de Jazz en el que no se lo necesite como un aire fresco que renueve el ambiente, incluso, no hay espectáculo de Tango que no cuente con su música, lo que marca a las claras que su revolución no encuentra barreras, como sí encontrarían la inmensa mayoría de los demás grandes compositores de la historia para meterse en todos los ámbitos musicales.
En la música, ante la partida de algún gran compositor, el mundo sale a la búsqueda de sucesores, de nuevos genios y, si nos centramos en nuestras tierras, en donde esa búsqueda está arraigada casi en nuestra identidad (como el fútbol), basta que Maradona se retire para que necesitemos un Messi, que luego, cuando deje las canchas, provocará la necesidad de un sucesor inmediato. En este caso, y por ahora, Astor reemplaza a Astor pero empuja a los nuevos creadores a superarse cada día.Sebastián Prusak
Astor supo, desde el primer día hasta el final de sus tiempos, que el mayor enemigo de las artes es la comodidad.
El sucesor de Astor sigue siendo el propio Astor, como un revolucionario que ejecuta una y otra vez su sueño, en cada oportunidad en que suenan sus obras aunque, claramente, cuando hablamos de Piazzolla, debemos entender que éste fue, tal vez, el último gesto de su vida, una humorada pergeniada por más de cincuenta años de carrera artística, una broma pesada (para quienes lo resistieron y para los que lo siguen resistiendo), como las que solía ejecutar diariamente, que no es otra mas que la de poner a su “música límite” como escollo, casi infranqueable, para que los sonidos de aquellos que se atrevan a realizar una nueva revolución deban volar muy alto, lo que, sin duda alguna, beneficiará a la enorme riqueza artística de nuestro país y seguirá poniendo a Astor en su rol de eterno revolucionario.
Por Sebastián Prusak.
Fuente: TN