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Dos estrenos notables: la francesa “Una chica fácil” y “Lovecraft Country”, la serie que cruza el racismo con el terror

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El primer capítulo de la promocionada historia, que cruza lo fantástico, promete. Además, la buena película de Rebecca Zlotowski, un relato de crecimiento lleno de encanto y sensibilidad, puede verse también en streaming.

Una chica fácil, Francia

Entre el relato de crecimiento, de cambio de etapa, la mirada nostálgica y la exploración del despertar sexual femenino, esta muy buena película de Rebecca Zlotowski (Grand Central) se presentó en Cannes y sucede en Cannes. Playas, veleros, vida nocturna, un verano en el que la adolescente Naima pasa sus vacaciones entre el ensueño y la presión por decidir qué va a hacer con vida.

El ensueño, en buena medida, tiene que ver con la presencia de su prima, que ha perdido a su madre y pasa las vacaciones con ellos. Mayor que Naima, Sofía es una mujer de una sensualidad despampanante y explícita. Provocadora con un cuerpo espectacular. Una especie de Brigitte Bardot en Dios creó a la mujer, con exceso de maquillaje y sin ropa interior. (Dato lateral: la actriz que la interpreta, Zahia Dehar, es una exescort francoargelina que fue noticia por el escándalo sexual con jugadores de fútbol como Ribéry y Benzema cuando era menor de edad, hoy convertida en ícono de moda).

Para Naima, con la que tiene una relación afectuosa y tierna, de hermana mayor, tiene una especie de rol modélico. Hasta los tesoros que obtiene y le regala, como una costosa cartera de Chanel, le parecen a la chica datos inequívocos de su glamour y su capacidad para manejarse en la vida. Parece un estilo peligroso, no la mejor influencia para la más jóven. Pero Zlotowski por suerte no propone el cuento moral que cabría temer, quizá en un film americano.

En cambio, la directora mira este juego de inocencias e iniciaciones con sensibilidad y cariño hacia todos sus personajes. Mientras arma, con su guion inteligente, sus diálogos naturales, sus actores de gran personalidad, una especie de crónica de un verano destinado a marcar un fin de ciclo, con olor a pasado.

Qué tipo de criatura es la prima sexy, hasta dónde puede el mundo confiar en ella, son cuestiones que minan el relato de intriga y encanto. Con una liviandad de noches de calor y canciones suaves en la guitarra (“Dans ma ille”, de Henri Salvador, perfecta), a través de la relación que entablan con dos hombres ricos y sofisticados que las invitan a su yate.

Zlotowski no señala a nadie con el dedo, no emite juicios, no ofrece buenos ni malos. Solo el devenir de un grupo de personajes en distintas etapas de la vida, de distintos orígenes y clases sociales, que se cruzan durante esos días relajados. En pausa. Tan reales que los sentimos cercanos, reconocibles, hasta un desenlace sorprendente. Que con la misma naturalidad, emociona.

Lovecraft Country, Estados Unidos

El primer capítulo de la promocionada serie de HBO es uno de esos relatos que empiezan de una manera y termina muy de otra. Puede decirse que, con la información previa (el título refiere al padre de la literatura fantástica de terror, H.P. Lovecraft) la mayor parte de la hora de duración es un preámbulo, una presentación de cartas sobre la mesa a la espera del plato fuerte.

Un desenlace como para esperar con ganas el próximo capítulo, de esta serie sin dudas atractiva y con pedigree: basada en la novela de Matt Ruff del mismo título, tiene como directora a una mujer, Misha Green (Underground) y como productores a JJ Abrams y a Jordan Peele (Huye, Us), que viene trabajando en esto del racismo como material para el terror y el suspenso.

Y una premisa tentadora, entre la imaginería lovecraftiana (criaturas de otros mundos, acuáticas, cósmicas, presencias inexplicables) y la segregación racial en los Estados Unidos del Sur en los años cincuenta. Interesante incluso si se piensa que Lovecraft (1890-1937) era racista. Una relectura, pues, que “agarra” directamente sus tópicos y sus ideas para insertarlos acaso como espejo de ese otro monstruo que es el racismo en el país del norte.

En un tiempo en que los negros para viajar por ciertas áreas de su país debían hacerlo siguiendo la guía que les indicaba dónde podían parar si querían sobrevivir. La Green Book de la película homónima que ganó el Oscar, con Viggo Mortensen y Mahershala Ali. Es lo que le pasa al protagonista, Atticus “Tic” (Jonathan Majors), que encima es héroe de guerra, viene de Corea. Pero está dispuesto a encarar los peligros internos (policías y civiles blancos dispuestos a matar, los primeros; y buchonear, es decir mandar a matar, los segundos), y meterse con su tío George (Courtney B. Vance) y su amiga Letti (Jurnee Smollett) en las rutas interestatales para llegar a Arkham, en busca de su padre desaparecido. Pleno Lovecraft Country.

El trío protagonista es un hallazgo, así como la utilización de los mapas, a la Wes Anderson, junto al hecho de que el tío George se dedique precisamente a eso: a cartografiar la América profunda para evitar caer en zonas segregacionistas.

El mundo lovecraftiano además es siempre uno genealógico. En el que alguien investiga un origen familiar que se remonta a una progenie de Ctullu en el que, en algún momento de la historia de una familia, hay una relación con el monstruo. En el período histórico elegido, el negro como sujeto histórico está todavía lejos del pasado genealógico que lo saque de ese lugar de esclavo, el que debe sentarse aparte en el bus.

La progenie monstruosa y la de la negritud, con familias disfuncionales en foco, se conjugan en una producción estilizada, lujosa, con imágenes que remiten a las de Edward Hopper o Norman Rockwell.

Atractiva en su presentación de personajes e historias, el primer capítulo deja clara su intención política. Con el ritmo de una road movie y sus tres personajes en tensión. Habrá que ver cómo continúa. Si el fantástico está ahí para jugar como género o como alegoría. El piloto promete.

Esta entrada ha sido publicada el 20 de agosto, 2020 11:14

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Etiquetas: cine y series