El coronavirus frenó los estrenos en la pantalla grande pero, en el calor del hogar, se multiplican las propuestas.
Bad Education, la película que acaba de estrenarse en HBO, abre y cierra con un plano de su protagonista, Frank Tassone (Hugh Jackman) recibiendo un homenaje. Lo que sucede en el medio de sus dos horas de relato es una historia tan atrapante como incómoda. Basada en hechos reales, y en la pieza de investigación sobre los mismos que publicó el New York Times, el antes, durante y después del escándalo que reveló una trama de corrupción millonaria por parte de los que administraban un colegio secundario Roslyn, en Long Island, New York, en 2004. El mayor fraude de la historia estadounidense en una institución educativa.
La primera escena de esta muy buena película, que seguramente recibirá nominaciones para premios cuando sean, es de una sutileza elocuente: los pasillos del high school vacíos, mientras se oye el discurso laudatorio, y los aplausos, en el auditorio lleno que no vemos. En ese vacío, el backstage, Frank se prepara para entrar a escena, cuidando su aspecto frente al espejo hasta el último detalle. Un hombre y su secreto, y su silencio. Luego, rodeado de aplausos, el superintendente público y querido.
En un relato de factura clásica, que va desarrollando sus tres actos a la par de sus personajes, el trabajo de Jackman es el gran motor. Porque Bad Education, además de una radiografía de la corrupción, es una exploración de contradicciones humanas. He aquí un tipo encantador, dedicado a su trabajo, educador profesional y atento, al que la experiencia no parece haber limado la pasión por lo que hace. Homosexual, hedonista, coqueto, Frank viste elegante, hace dieta estricta y se retoca la cara para mantener las arrugas a raya. Toda una institución, desde los grupos de padres a los miembros del directorio, confía en su talento probado: la secundaria Roslyn, bajo su gestión, vive un resurgimiento sin precedentes. La clásica situación del éxito que deja en segundo plano a los detalles. Y los detalles eran cifras de varios ceros.
Este segundo largometraje dirigido por Cory Finley avanza, sin mayores riesgos, en la construcción de “el caso”: la estudiante de periodismo que sospecha e investiga, la colega de confianza que es descubierta primero. Así, las grietas empiezan a surcar la impecable fachada del protagonista, como esas arrugas que prefiere ocultar. Es un ser humano, que un día cargó su almuerzo a la cuenta del trabajo, diciéndose que lo iba a reponer más tarde. Un ser humano, y un profesional capaz, que se equivocó.
Hay una convocatoria imperdible a la nostalgia, para los fans de los Beastie Boys, pues se estrenó la esperada película de Spike Jonze, Beastie Boys Story. Que, en realidad, antes que una película, es el registro de un live show, en plan charla TED, de Adam Horovitz y Mike Diamond, los integrantes sobrevivientes del grupo que es parte de la banda sonora de nuestra vida. De ahí que el documental se vea como formando parte de la audiencia que llena el auditorio y festeja cada anécdota del dúo sobre el escenario. Con la melancolía de un homenaje a Adam Yauch, el mayor motor creativo de BB, fallecido en 2012 por un cáncer, a los 47 años.
Hay muchas anécdotas, como cabe esperar para la historia de la banda que cruzó el punk rock, el hardcore y el hip hop, y que nació en la adolescencia de Yauch y compañía: MCA, Mike-D y Ad-Rock. Y acaso lo más rico de esta puesta, este relato a dos voces (que por momentos se ve un poco acartonado, acaso por los efectos del teleprompter) tiene que ver con el desarrollo de su historia en el marco de la escena musical de los ochenta y noventa. Cuando la irrupción de estos raperos blancos se tradujo en uno de los debuts más exitosos de la industria (License to ill, de 1986) y marcó un quiebre público y personal. Es muy interesante seguir ese derrotero de fama global y repentina en las cabezas de unos chicos que querían divertirse, su consiguiente pausa y separación, su reencuentro, su segunda etapa creativa lejos de casa, en Los Ángeles, el descubrimiento de la computadora y el sampleo, el fracaso eventual. Idas y vueltas de unos punks que rapeaban a los gritos sobre el derecho a divertirse. Y que promediando una carrera con varios discos a cuestas se auto descubren y reafirman músicos.
Es probable que Beastie Boys Story decepcione un poco, aunque los fans de la banda la verán atentos unas cuantas veces. El formato, con los dos músicos hablando, sin pasarse el micrófono ( ;), puede resultar un poco tedioso, y por momentos uno se encuentra pidiendo más música y menos palabras. Para terminar de verlo, elevar un saludo agradecido al genio Yauch y correr a subir el volumen.
Lleva treinta años viviendo en esa joya del modernismo que es el edificio de Gaudí, construido entre 1906 y 1912 en el Eixample barcelonés. Pero Ana Viladomiu, licenciada en filosofía y letras, escritora, novelista, es hoy la última vecina que sigue viviendo allí, bajo las chimeneas como centinelas. Su departamento, en el cuarto piso, ostenta esos balcones de hierro retorcido que le dan al edificio esa personalidad única. Todo el año, en la vida normal, su casa está rodeada por decenas de turistas que sacan turno y pagan sus buenos euros por entrar un rato a visitarlo. Ahora, Viladomiu está especialmente sola, con La Pedrera toda para ella.
Su último libro, publicado en marzo del año pasado, se llama, precisamente, La última vecina. Y cruza su experiencia con más de cuarenta entrevistas a gente vinculada con La Pedrera. No todo es allí color de rosa: la autora traza la historia del edificio emblemático en sus episodios más oscuros, durante la guerra, y sus distintas etapas, no sin tensiones socioculturales.
En esta cuarentena, su cuenta de Instagram se ha convertido en un must. Suerte de reverso de la ostentación vacía de los ricos y famosos que comparten el aburrimiento desde sus mansiones, Viladomiu hace lo propio con el buen gusto de su decoración en tonos claros, los detalles de la arquitectura y el interiorismo (Gaudí era inspirado como arquitecto, pero también como diseñador industrial: muebles, pasamanos, picaportes, lámparas). Lo que transmite Viladomiu, una señora canchera —y, por supuesto, bien—, que se lleva muy bien consigo misma, es eso: la envidiable paz de quien puede estar con sus libros y su ventana, o darse el gusto de un embutido con aceite de oliva si el antojo se antoja, en una tarde de lluvia.
¿Que de qué habla en su IG Viladomiu? De lecturas, de un desayuno de domingo, de la forma de una puerta, de formas de compartir dadas las circunstancias, de recuperar momentos y memorias, por supuesto de las ocurrencias de Gaudí (con el que convive). De la belleza que nos sorprende cuando menos la esperamos, con un rayo de sol. Y de la belleza posible de estar sola, solos. Todo con unos fotones de uno de los edificios más lindos del mundo.
Fuente: TN
Esta entrada ha sido publicada el 28 de abril, 2020 10:36
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