Te proponemos un film alemán de Nora Fingscheidt, una ficción futurista que indaga en los vínculos humanos y una aventura de Tomás Saraceno por el aire.
Una peli, System Crasher
Ganadora de varios premios europeos, como el Alfred Bauer del festival de Berlín donde se presentó el año pasado, puede verse ahora este intenso drama, debut de una directora, Nora Fingscheidt. Consigue, con un estilo urgente y agotador, a imagen de su protagonista terremoto, un relato honesto de una niña rompe sistema, como el título. Benni (Helena Zengel) tiene nueve años y lleva su corta vida entrando y saliendo de hogares para menores, familias sustitutas y hospitales psiquiátricos. Es una rubia de aspecto dulce, vestida con camperas rosas y acompañada siempre por su amigo de peluche. Pero también es una nena incontrolable, con ataques constantes de violencia que la ponen en peligro, a ella y a los demás.
¿Qué se hace con un chico así?, es la pregunta que plantea la película, una experiencia que puede resultar bastante incómoda porque se atreve a caminar el sendero de la ambigüedad y la contradicción. Cuando la menor en cuestión provoca, en el mundo de adultos que la rodea y trata de ayudarla, tanta ternura y compasión como ganas de matarla. O cuando su educador resulta un hombre atractivo que desarrolla con ella un vínculo de afecto.
Víctima de algún terrible trauma infantil que no termina de revelarse -ni falta que hace- Bennie es un pequeño demonio que grita por su mamá, una mujer superada por la situación, que tiene otros dos hijos chiquitos a los que no puede exponer a semejante hermana. System Crasher arranca muy arriba, y no detiene -aunque pueden sobrarle unos cuantos minutos- su registro urgente, enérgico como la niña que no para, sin tiempo para convencionalismos lacrimógenos. Sin juzgar ni caer en planteos maniqueos, la directora ofrece una exploración, apasionante y difícil, de los engranajes humanos -psicólogos, pedagogos, educadores, maestros- que se ponen en marcha para intentar que alguien como Benni pueda insertarse en el mundo. Un catálogo de buenas voluntades, profesionales, pero tan humanas que a veces se confunden con la pulsión maternal o paternal.
Una serie, Tales from the loop
De la mano de, entre otros, Matt Reeves (Cloverfield, el reboot de El planeta de los simios, la remake de Dejame entrar, la Batman que vendrá), esta serie de ocho capítulos es de una originalidad a contramano del binge watching y el consumismo audiovisual. Densa, y melancólica, que obliga a otorgarle su tiempo. Parece hecha como un desafío a lo que se lleva, por la duración de sus capítulos y de sus escenas, por el lirismo de su puesta y porque se trata de una obra de ciencia ficción pero bradburiana, poética, que tiene más para decir en su exploración del género humano que en su vínculo con lo tecnológico futurista.
Creada por Nathaniel Halpern, inspirada en el trabajo del ilustrador sueco Simon Stalenhag, que también es uno de sus guionistas, se estructura en ocho episodios largos cuyos relatos empiezan y terminan, pero a la vez están conectados por el mismo universo y personajes centrales. Es un universo acotado, el de una pequeña localidad de Ohio construida sobre The Loop, un centro subterráneo y secreto donde se investigan los misterios del universo y cuyos experimentos tienen efectos en la superficie. La cruza de fantástico con los dramas individuales de familias disfuncionales y chicos bastante solos, le da a la serie un tono triste. A veces, sumado a cierta parsimonia en el desarrollo de la trama, llega a aburrir un poco.
Pero, como una especie de reverso de Stranger Things, con su mundo de arriba y de abajo: donde ahí hay refrito ochentoso, acá sutileza y vuelo artístico. Con imágenes creadas por Stalenhag que llevan la marca (si se mira un poco su trabajo) de sus obsesiones: una estética retro futurista con los colores del anochecer (¿o amanecer?, ¿o atardecer?) nórdico, en la que los automóviles vintage se estacionan frente a extrañas moles de cemento y cables como pulpos. Un mundo tan posapocalíptico como nostálgico y, acaso, perdido. Sobre el que los realizadores de esta serie animaron historias de un puñado de personajes misteriosos, a los que hay que ir conociendo de a poco. Y con directores como Jodie Foster, Mark Romanek o Andrew Stanton, talento de Pixar.
Una aventura artística, el vuelo de Tomás Saraceno
Llenó de telas de araña el Museo de Arte Moderno, y paseó su proyecto global, Aerocene por la Antártida y las Salinas Grandes de Jujuy, no lejos de Purmamarca. Allí, invitado Gabriela Urtiaga del CCK, el artista Tomás Saraceno, nacido en Tucumán en 1973 y radicado en Berlín, llegó con un grupo ecléctico de acompañantes. Oceanógrafos, expertos en meteorología y clima, baqueanos del lugar, artistas, programadores informáticos. Allí, una vez estudiada la dirección de los vientos y la temperatura del sol, que hace volar los globos sin que se precisen combustibles fósiles, lanzó una enorme estructura voladora, parecida a un globo aerostático. El vuelo marcó varios récords en altitud, distancia y duración, en las categorías general y femenina: su piloto fue una mujer, Leticia Marqués.
A Saraceno lo llaman decodificador del cosmos o Spiderman de las artes visuales, para tratar de definir un trabajo que convoca a múltiples disciplinas, entre la ciencia, las artes visuales, la física y la matemática. Y que propone una reflexión urgente sobre las no menos urgentes cuestiones medioambientales. Aerocene Pacha (el concepto andino del cosmos), es “un recordatorio de nuestra interconexión como seres terrestres, y de nuestros destinos compartidos con el planeta y todos los que coexisten dentro del reino terrestre”, definió el artista.
Fuente: tn.com.ar