El aislamiento es una buena excusa para aprovechar el tiempo y ponerse al día con lo mejor del espectáculo. Te proponemos un film Nacho Vigalondo, los diálogos de Modern Family y un texto de Julian Barnes.
Julio se despierta en el departamento de Julia, que hace ruido a propósito porque quiere que se largue. Pasaron juntos la noche, pero no recuerdan detalles, ni si tuvieron sexo, ni cómo se llama el otro. Los celulares están sin señal, la tele no funciona. La calle está demasiado vacía y, sobre sus cabezas, flota un inmenso platillo volador.
Es la primera secuencia de esta divertida comedia española, que varios han recordado por estos días (es de 2011) a la hora de enumerar películas de gente más o menos encerrada en casa. La dirige Nacho Vigalondo, el director de Los Cronocrímenes y del extraordinario corto nominado al Oscar, 7.35 de la mañana.
Vigalondo es también actor, escritor (desde Muchachada Nui, templo del humor de culto, a Gran Hermano) y músico. Y cinéfilo. Como muestra, por si no viste su film sci-fi ni su corto musical, valga esta película, en la que la ciencia ficción funciona como bastante más que una excusa para la comedia buena y llena de sorpresas: casi como un espejo de las posibles líneas borrosas entre cordura y locura de la vida cotidiana. La de sus cuatro personajes principales, gente ordinaria en situaciones extraordinarias, aunque ellos parezcan más preocupados por sus asuntos personales.
Ahí está la atractiva Julia, el recién llegado Julio, que no se va, la pareja de ella, el buenazo de Carlos, y el vecino metido, Ángel. Con todo esto, Vigalondo hace una deliciosa comedia romántica, por qué no. Pegando una vuelta al género, con un humor y una ternura extraterrestres.
No puede ser verdad, pero lo es y hay que afrontarla: el miércoles que viene, en plena cuarentena global, se despide Modern Family. Y esta vez (el final de su temporada número once) es para siempre.
La gran comedia televisiva de nuestro tiempo, que se cansó de ganar premios, arrancó desde hace ya unos cuantos años como un secreto a voces. Una favorita entre críticos, cinéfilos, espectadores atentos a lo que huela a innovación. Era algo nuevo, sin duda: una serie de capítulos breves, escrita como los dioses, con un elenco fantástico rompiendo la cuarta pared y hablándole a la cámara, como en un falso documental cruzado con sitcom.
Por si quedan extraterrestres recién llegados al planeta que no saben de qué se trata: en el principio, hay tres escenarios principales, tres casas, ocupadas por un grupo de personajes absolutamente antiheroicos.
Una es la de papá Jay (Ed O’Neill), su mujer colombiana, Gloria (Sofia Vergara) y el hijo de ella, Manny. La otra, la del hijo de Jay, Mitchell (Jesse Tyler Ferguson), su marido Cam y familia. La tercera de la hija de Jay, Claire (Julie Bowen) y su marido Phil (Ty Burrell), y sus dos hijos.
Los años han pasado, y aunque la gracia sigue intacta, los chicos crecieron y la familia también. Desde su arranque, Modern Family se convirtió en una de esas costumbres felices, una compañía que se disfruta en cuentagotas, y a las carcajadas, siguiendo su devenir prolijamente o volviendo a ella de manera aleatoria, cada tanto, como pasa con Friends u otros formatos que, para su público, se convierten en clásicos de “diversión asegurada”.
Modern Family es más que el Friends de nuestra época. La gran comedia de la televisión americana del último tiempo se termina la semana que viene, y tiene una larga vida asegurada.
La novela del británico Julian Barnes, en su traducción al español, fue uno de los últimos acontecimientos del mundillo editorial antes de que cerrara todo. Con su estilo rico, elegante, atento a la belleza, con el brillo de la inteligencia, Barnes construye una novela que se lee con la fluidez acostumbrada. Sobre una historia fácil de resumir pero muy difícil de contar, acaso tanto como el trance de sus personajes. La historia de amor entre Paul, un estudiante de 19 años, y Susan, de 48, casada y madre de dos hijas.
Un proceso (atracción, deseo, entrega, pasión, amor) que se atraviesa bajo la sombra de lo condenado al fracaso. Es que esta “única historia” es evocada por Paul ya adulto, tiempo después. Acaso con la distancia suficiente como para recordar lo dulce y lo amargo. Para tratar de entender las huellas que dejó en su vida.
Bello y devastador, el relato camina por un terreno doloroso: el de las heridas del amor que quedó atrás. Barnes es punzante ya desde la primera y a estas alturas célebre frase, en la voz reflexiva de Paul: “¿Preferirías amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos? Creo que, en definitiva, esa es la única cuestión”.
Fuente: tn.com.ar
Esta entrada ha sido publicada el 10 de abril, 2020 16:56
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