El 25 de septiembre pasado, Boca Juniors se consagró campeón del torneo femenino en un partido histórico, con 18 mil personas en las tribunas de la Bombonera. Su plantel, totalmente profesionalizado, celebró la conquista con una gran fiesta y luego viajó a jugar una Copa Libertadores en la que por llegar a la final ganó 500 mil dólares. Un día después de aquella conquista Xeneize, las jugadoras de Villa San Carlos, ya descendidas a la B, perdieron su último partido en Primera ante Lanús y, al terminar el encuentro, denunciaron que durante el torneo muchas debieron ausentarse a los entrenamientos debido a que en el lugar dispuesto para los trabajos no contaban con baños para higienizarse.
Esa es tan solo una pequeña pero elocuente muestra de las desigualdades que existen en el fútbol femenino argentino, una brecha que no está en vistas de reducirse. Por el contrario, cada vez son más visibles las diferencias entre aquellos clubes que pueden apostar a la profesionalización completa de sus planteles, mientras que otros no reúnen ni las condiciones mínimas para desarrollar la tarea. Las deudas económicas, materiales y simbólicas se acumulan: no es (solamente) una cuestión de recursos en cuanto a dinero, se trata también de desidia, de desinterés o de falta de ingenio para intentar suplir las carencias en materia de ingresos.
La realidad de las jugadoras de fútbol en la Argentina
A casi cuatro años de la semiprofesionalización de la primera división del fútbol femenino en la Argentina, la reglamentación establece que los clubes deben tener al menos 12 jugadoras con contrato.
Este es un primer punto que marca enormes diferencias: hay clubes que tienen la posibilidad de superar ese piso mínimo y de pagarles salarios a todas (o casi todas) sus jugadoras (como Boca, River, UAI Urquiza o Racing). Esos sueldos, a veces, son más altos que el básico, que actualmente está en 50 mil pesos brutos mensuales. Además, las instituciones pueden llegar a garantizar otras necesidades como vivienda, provisión de viandas o de comedor y becas de estudio.
Las jugadoras que se dedican exclusivamente al fútbol pueden descansar correctamente, alimentarse bien y cuentan con la indumentaria y los materiales acordes, entre otras cuestiones saldadas. Si la mente está 100% puesta en la parte deportiva, el desempeño es mejor.
Por el contrario, aquellas que no perciben salarios deben rebuscárselas para continuar con la actividad. Muchas veces, hacen malabares para coordinar sus horarios de trabajo con los entrenamientos y los partidos. Son futbolistas de primera división, pero se enfrentan a carencias muy severas.
Pero las falencias no se limitan al dinero: muchas veces, los clubes de menor poderío tampoco cumplen con cuestiones mínimas. El no brindar lugares adecuados para entrenar, no proveer traslados a los partidos de visitante o no abonar los salarios en tiempo y forma son algunos de los factores que conspiran contra el buen desempeño de las jugadoras.
Las jugadoras de Villa San Carlos y una revelación preocupante: “Cuando menstrúo no voy a entrenar”
Villa San Carlos fue uno de los tres equipos que descendió en la última temporada (los otros dos fueron Deportivo Español y Comunicaciones). Tras disputar su último partido del torneo, las integrantes del equipo dejaron en claro que las condiciones en las que trabajaron durante toda la temporada hicieron muy difícil lograr el objetivo de sellar la permanencia en la máxima categoría.
“A veces las cosas se complican. Nosotras y el cuerpo técnico hacemos lo que podemos. Las condiciones en las que entrenamos no nos acompañan”, explicó Claudia Sánchez, referente del equipo de Berisso.
En cuanto a lo deportivo, contó que las prácticas solían ser en canchas de fútbol 9, cuando los partidos se disputan en campos de juego para 11. “Se nos complica, son dimensiones totalmente diferentes”, argumentó en declaraciones al canal DeporTV.
Pero lo cierto es que ni siquiera las condiciones básicas de higiene estaban aseguradas para las jugadoras: “Donde entrenamos no tenemos baños, no tenemos inodoros. Nosotras menstruamos: yo cuando estoy en mi período, no voy a entrenar. En esas condiciones no se puede”.
Sánchez agregó que el plantel y el cuerpo técnico costeaban los traslados cuando les tocaba jugar de visitante. “Sin un apoyo desde más arriba no se puede hacer nada”, lamentó.
Deportivo Español, una historia (tristemente) repetida
El conjunto gallego fue otro de los que perdió la categoría. Hubo una sucesión de hechos que llevaron a ese mal trago deportivo: entrenamientos en lugares con malas condiciones, viáticos y salarios impagos y ausencia de apoyo dirigencial.
Mariángeles Díaz, jugadora de Español, contó a TN que el club tan solo sostenía los 12 contratos mínimos que establece la AFA. Sin embargo, el pago de los salarios no se respetó: “Nos pagaron a partir de marzo, pero habíamos empezado a entrenar en enero. En mayo empezaron a pagarnos en cuotas. Nos prometían que iban a regularizar la situación y nosotras creíamos en su palabra. Recién al final del torneo -en septiembre- nos abonaron junio y después nada más”.
Tanto Díaz como varias de sus compañeras empezaron a depender de la “vaquita” que hacía el plantel para pagar los colectivos para ir a entrenar. Algunas llegaron a usar ese dinero hasta para comer.
A pesar de que los pagos se atrasaban -y de que las que no estaban contratadas directamente dejaron de percibir sus viáticos-, las futbolistas entrenaban de manera diaria. La exigencia no se correspondía con la situación que estaban atravesando.
Las irregularidades excedían la cuestión económica. Al igual que sus colegas de Villa San Carlos, las jugadoras de Español solían practicar en canchas auxiliares con dimensiones mucho más chicas a las de los estadios en los que jugaban los fines de semana.
En cierto momento del campeonato, al plantel femenino lo mandaron a entrenar a un predio lindero al club. En ese lugar no contaban con vestuarios y tenían que dejar sus cosas a la intemperie, tiradas en el piso. Un día, a una de las jugadoras le robaron su mochila con todas sus pertenencias.
“Eso no tendría que pasar porque estamos jugando en Primera. Tampoco puede pasar en el ascenso, pero siendo profesionales no podría pasar.Tratamos de amoldarnos a muchas cosas y no tendría que haber sido así”, lamentó Díaz.
La lista de incumplimientos es interminable: traslados en combis o micros que eran pagados por las jugadoras y el cuerpo técnico, indumentaria que no era lavada, ausencia de kinesiólogos para tratar las lesiones y de psicólogos para acompañar al grupo y la interrupción de los entrenamientos en septiembre cuando los contratos tienen duración hasta fin de diciembre.
“Reclamamos muchas veces a la dirigencia. Se nos decía que se iba a hacer una reunión para ver cómo solucionar las diferentes cosas, pero eso nunca ocurría. Siempre estábamos concentradísimas en tratar de cerrarle la boca a la dirigencia y de salir a jugar los partidos lo mejor posible: nunca nos quisimos ir a la B”, recalcó Díaz, que valoró el apoyo que tuvieron de parte del Departamento de Género de Deportivo Español y también de los integrantes de los cuerpo técnicos, que les compraban agua mineral y frutas para los partidos.
Finalmente, dio detalles de algunos de los maltratos verbales que tuvieron que soportar: “La dirigencia tiraba una chicana ‘ustedes reclaman mucho pero pierden todos los partidos’. Eso dolía y nos carcomía la culpa. Con el tiempo supimos entender que no importaba perder e irnos a la B. Las condiciones las tendríamos que haber tenido desde el principio y, si hubiera sido así, las cosas podrían haber sido diferentes”.
El límite: carencias que ponen en riesgo la vida de las jugadoras
El accidente en el que murió la jugadora de Argentino de Merlo Juliana Gómez dejó al desnudo la desidia que rodea al fútbol femenino argentino. La futbolista perdió la vida cuando volcó el auto particular en el que volvía desde Santa Fe luego de jugar un partido. El plantel había recurrido a esa forma de trasladarse, con un dirigente al volante, debido a que el club se había negado a brindarles un micro o una combi.
A pesar de que se trataba de un partido de Primera C, categoría que es totalmente amateur, el relato de lo ocurrido con las jugadoras de Argentino de Merlo coincide con lo que también deben atravesar muchos planteles de Primera División.
La realidad marca que hay polos opuestos: equipos con proyectos, inversión, ideas de desarrollo a largo plazo y profesionalización total, y otros que apenas pueden subsistir. La brecha está lejos de reducirse. Y aún menos, de cerrarse.
Fuente: TN