Su métiér eran las historias de vida y su pasión el Ciclón, al que le dedicó dos libros. Falleció sobre la medianoche de ayer, día en el que cumplió 53 años, como consecuencia del coronavirus.
“Papi no aguantó más. Se va un pedazo enorme de mi infancia pero queda todo lo que me enseñó. Te voy a extrañar siempre”. El mensaje de León Calvo para anunciar la muerte de Pablo Calvo, su papá, pegó en el corazón del periodismo argentino. Pablo, Pablín, murió sobre la medianoche del jueves 6 de mayo (ayer) como consecuencia del coronavirus. Tenía 53 años (cumplidos también ayer), escribía en la revista Viva y en el diario Clarín. Era por sobre todas las cosas un adorador de las historias de vida, un orgulloso admirador de su hijo y un fanático hasta las entrañas de San Lorenzo.
Su historia de amor por el Ciclón se resume en su presencia permanente en el club, al que le dedicó dos de los cuatro libros de su autoría: Dios es Cuervo y Los Tesoros del Gasómetro, y para más pruebas alcanzará con repasar su cuenta de Twitter (@pablincalvo), donde abundan los mensajes propios y referenciados a las noticias e historias de fútbol en general y de San Lorenzo en particular.
Cuentan desde su entorno que uno de los últimos mensajes que envió fue justamente a su hijo, a quien le dijo: “Sos lo mejor que me pasó en la vida. En dos semanas estamos pateando”. Había dado positivo al testeo de Covid-19 el 10 de abril y su primera internación fue en terapia intermedia. Fue de camino a la unidad de cuidados intensivos, los últimos días de abril, cuando le dijo eso a León, de 20 años. A él le transmitió, cómo no, el amor por San Lorenzo y ambos soñaban con la vuelta a Boedo. Estaba casado con Diana Baccaro, también periodista.
El dolor por su partido y el valor de su legado quedó reflejado en el homenaje de colegas, amigos, lectores e hinchas del Ciclón que lo despidieron en las redes. “Estamos en guerra contra un enemigo feroz. Esta bestia brutal se llevó a Pablo Calvo, compañero del diario. Periodista de raza y constante buscador de historias para contar. Abrazo a su familia y a sus amigos entre tanto dolor”, escribió el periodista Hernán Sartori.
“Hoy me desperté con la noticia de la muerte de Pablo Calvo. Un tipazo. En el peor momento de mi vida, cuando se murió mi viejo, levantó el teléfono para decirme que todo iba a estar bien. Esos gestos que un poco te salvan. Brindo por esa sensibilidad. Amor para quienes lo querían”, escribió Estefanía Pozzo.
Silvina Márquez, también periodista, expresó: “Pablo Calvo murió de Covid hace un rato. Ayer había cumplido 53 años. Sólo se leen palabras de cariño, amistad y reconocimiento hacia él. Un abrazo fuerte a sus compañeros y amigos Corazón roto”.
En tanto Héctor Gambini, editor del diario Clarín, lamentó: “Se nos fue Pablo Calvo, periodista de raza y tipo entrañable. Que su libro sea cierto. Hasta siempre, Pablito”, y lleva su firma una emotiva nota a su memoria publicada este viernes.
Decenas de mensajes con referencias al impacto de esta noticia colmaron las redes. Entre todos coinciden en su calidad de persona y en su talento como periodista, grabado en cada una de sus publicaciones.
Su magnífica nota del 22 de junio de 2013 sobre la carta que recibió por parte del Papa Francisco para hablar de fútbol dio la vuelta al mundo. El texto, publicado en el diario para el que trabajaba, se tituló: “El Papa me envió una carta para hablar de fútbol”, y se reproduce a continuación.
(*) Cuando el poder se acerca a la gente. Un periodista le envió una carta a Francisco, con énfasis en San Lorenzo. Recibió respuesta. La tradicional distancia que el poder genera se esfuma en este gesto: el autor se emociona al pensar si es testigo y protagonista de un cambio de época.
A mi casa sólo llegan impuestos y volantes de pizzería. Hace años que dejó de escribir la señorita Adela, mi maestra de quinto y primera corresponsal desde Salsipuedes, Córdoba. Y mis amigos viajeros ya no mandan postales. Extraño la ansiedad que me despertaba ver letra manuscrita en el lomo de los sobres, porque significaba que alguien quería comunicar algo íntimo, un nacimiento, un dolor, un amor perdido, otro recuperado. De los papeles que pasan por debajo de la puerta, la última certeza que tuve fue el aumento de las expensas.
Pero acaba de ocurrir algo estremecedor.
Me escribió el Papa.
Sí, Francisco, el hombre que quiere cambiar el mundo, que gobierna sobre 1.200 millones de católicos y que pretende revolucionar dos mil años de Iglesia.
Tal magnitud irradia que me traspasó una curiosa facultad adivinatoria: cuando el sobre estuvo en mis manos, cerrado, sin remitente, con un sello del Correo Argentino que costó 3,50 pesos, yo ya sabía que adentro había una carta de él.
Testigo de ese momento fue mi esposa, que miraba preocupada mis reacciones, mi frenética búsqueda de anteojos para mirar de cerca, y las lágrimas que lo impedían.
– Te digo que es una carta del Papa, así le escribió a un compañero de secundaria. Manda la correspondencia personal por valija diplomática y acá la distribuyen. Vas a ver que dentro del sobre hay otro sobre, más chico, como las mamushkas rusas.
–No puede ser, mirá si te va a escribir el Papa.
–Yo te digo que sí, este tipo es un fuera de serie, me escribe por San Lorenzo, estoy seguro, ya vas a ver.
La aparición de una tijera para cortar cartón corrugado le puso suspenso a la revelación.
–No, no, es muy gruesa, va a estropear el sobre, intentemos abrirlo con vapor, propuse, mientras nuestras cuatro manos tironeaban del papel.
–Eso es de películas viejas. ¡Abrila, querés! –me intimó Diana, siempre resolutiva.
Aunque yo temblaba, opté por asumir pulso de cirujano y apoyé el filo a dos milímetros del costado. La incisión, perfecta.
Había otro sobre adentro. Y su viaje hasta la mano, por el tobogán que le hacía la otra, generó un silencio de eternidad.
Mi pronóstico podía fallar. Quizá algún secretario del Vaticano me mandaba una estampita o un saludo formal, a máquina, sin alma. El problema era que mis latidos se habían acelerado demasiado.
Yo pensé en escribirle a Francisco cuando me enteré de que había mandado a llamar a un cura macanudo de Barracas, el padre Juan Gabriel Arias, que evangeliza en África y aprovecha su misión para jugar al fútbol con la 7 y regalarles camisetas de Racing a los chicos.
Con timidez, le pregunté si podía acercarle una carta mía al Papa y, para mi sorpresa, me dijo que sí, que encomiendas no, porque viajaba muy cargado y a la vuelta tenía que pasar por Mozambique, pero una carilla sí.
Tenía apenas unas horas para armar el texto y no sabía qué poner.
Un alboroto de frases invadió mi cabeza. Por momentos, las palabras se atropellaban. ¿Qué escribiría una persona si tuviera la oportunidad de dirigirse a un Papa? ¿Con qué tono?
¿Cómo transmitirle sentimientos?
¿Cuál sería el mejor camino para llegar a su corazón?
–No te preocupes, papi, el Papa es un hombre común: toma mate, fue a la cancha, cargó a Boca cuando le ganamos 3 a 0, pasea la camiseta de San Lorenzo en el Papamóvil, manda una bendición a los hinchas… hablale de fútbol, si eso quiere saber.
–¿Querés que le mande noticias de la tribuna? ¿Le digo que quiero escribir un libro sobre ” El Ciclón, la pasión terrenal de Francisco “? ¿No te parece que tiene otras preocupaciones?
–Dale, pa. Si te morís de ganas de tener una charla futbolera con él.
A las cosas simples, no hay que enroscarlas.
Leoncito, mi hijo, tenía razón. El rumbo elegido me abrió el camino y la página en blanco que antes se me había presentado indomable, ahora desbordaba de caracteres: Querido Francisco: Con mi hijo de 12 años, nos pasamos una tarde en la capilla de San Lorenzo, donde usted dio aquella misa inolvidable, con los chicos de la pensión. La gente le deja mensajes de aliento en un libro que está allí, junto a sus fotos y las del padre Lorenzo Massa. Saqué cuentas y ambos fueron contemporáneos 13 años, así que alguna vez quizá se cruzaron en el Viejo Gasómetro. ¿Mire si estuvieron en el mismo tablón?
Estoy escribiendo un libro sobre nuestro San Lorenzo querido y el renacimiento que se vive desde su elección como Papa. Pocas veces sentí tanto gusto y emoción. Ya le hice bromas a Sergio Rubin (somos compañeros en Clarín), porque le ganamos a Colón con la camiseta que tenía su foto, a la altura del corazón.
Siento orgullo del rumbo que eligió, porque mientras muchos piden tapar la pobreza con muros (¿se acuerda cuando Bussi hizo barrer a los mendigos de Tucumán?), supe de su decisión de vincular la capilla del club con la parroquia de la villa 1-11-14, algo que es clave, porque construye un puente por encima de los prejuicios.
Cuando llegó su carta de bendición para los hinchas, charlé con el hijo de René Pontoni (se llama igual que el goleador, como el nieto y el bisnieto) buscando el gol que usted menciona. Creemos que fue uno que le hizo a Racing cuando, después de dos toques, la bajó con el pecho a la punta del botín, giró y remató cruzado. Clarín tituló al día siguiente: “Pontoni hizo un gol como para pasarlo en el Colón”. Quizá sea el que atesora su memoria.
Pronto veré a Axel, el artista que cantó “Celebra la vida” en la Catedral, durante la vigilia por su asunción, con la camiseta azulgrana. Esa noche, mi ahijado se encontró con el padre Pepe, que es hincha de Huracán, y le escuchó decir contrariado: “No puede ser, demasiadas banderas del Ciclón”.
En la cancha es increíble el entusiasmo, hasta la barrabrava muestra banderas vaticanas y un paraguas amarillo y blanco que sobresale entre los azulgranas. Vi también una bandera mitad para su foto, mitad para el escudo de San Lorenzo. Y dos hinchas se aparecieron vestidos de “Papa”, uno en la platea norte y otro en la popular. Los dos fueron ovacionados.
Le cuento una más: en la sede de la Avenida La Plata, donde estaba el Gasómetro, hay un mural suyo, rodeado de cuervos y palomas de la paz, un verdadero Picasso en Boedo.
Sé que está muy ocupado. Pero sepa que sus primeros mensajes, como la condena a la corrupción, el trabajo esclavo, la pedofilia y la trata de personas, y el anuncio de propiciar la venta de bienes del Vaticano para ayudar a los pobres, suenan como una verdadera revolución, ojalá pueda llevarla a cabo, cuente conmigo.
Francisco querido, cuando a la noche pido por mi familia, se me aparece su imagen, sonriente, cercana. Por estos pagos, el amor hacia usted crece con la firmeza del olivo que usted plantó en la Plaza de Mayo. Un fuerte abrazo y déle para adelante. Pablo Calvo Metí la carilla en un sobre azul, para que no se le perdiera al padre Juan Gabriel entre tanta cosita de Racing que llevaba, sumé una foto de León con la camiseta de San Lorenzo que tiene la imagen de Francisco en el pecho, y rogué que el mensajero pudiera hacerme la gauchada.
Mi carta estaba fechada el 21 de mayo. La del Papa, una esquela manuscrita en tinta negra, con escudo azul del Vaticano, quedó fechada el 2 de junio: Sr. Pablo Calvo: Muchas gracias por su carta del pasado 21. Gracias por la calidez. Respecto del gol de Pontoni, se puede fijar en una revista de Clarín (creo que es así) donde hace varios años publicó los mejores goles de la historia: allí también aparecía el de Pontoni (o era en La Nación?) Linda la foto de su hijo. Lindo también el Picasso en Boedo.
Le pido, por favor, que rece por mí, porque lo necesito. Que Jesús lo bendiga y la Virgen Santa lo cuide.
Fraternalmente, Francisco El Papa me estaba ayudando a buscar un gol de San Lorenzo de 1946. Sin intermediarios, estableciendo un diálogo simple con otro hincha. Y sin jerarquías entre el hombre que está ahí nomás de Dios y un simple mortal que le mandó apostillas sobre el fútbol y la vida.
Francisco de Roma, intuyo, sigue siendo Jorge Bergoglio de Flores, un tipo de barrio, que caminó entre la gente, tomó subtes y colectivos, conoció las villas y nunca olvidó a Buenos Aires.
Por eso me dan ganas de creer que puede dar el batacazo, usar el oro para aliviar el barro, actualizar preceptos de un tiempo que ya pasó.
Hace unos días, tomando un café con José Sanfilippo, el máximo goleador de la historia azulgrana, su compañera María del Carmen planteó una de estas cuestiones: –Hace 40 años que nos queremos y nos cuidamos, pero, como hubo divorcio, no podemos comulgar y eso me da mucha pena, señaló la mujer, mientras el goleador la acariciaba.
Al final de la charla, Sanfilippo me sorprendió en el área de su living: –Pibe, vos que sos periodista, ¿no me ayudarías a escribirle una carta al Papa?
–José, yo le puedo dar una mano, pero eso es algo muy personal. Anímese usted, que me parece que este hombre lee todo. Tenga fe, yo sé lo que le digo.
En el camino de regreso, me acordé de otra carta que había intentado hacer contacto con lo que –en mi escala adolescente– era el poder. La había escrito para darle una mano a la capilla de Villa Corina, que organizaba un festival por el Día del Niño. Yo creía que si encontraba las palabras justas para explicarles a las empresas de gaseosas, golosinas y juguetes que los pibes de mi barrio no tenían con qué festejar, algo tenían que mandar. Nadie respondió, pero, sobre la hora de la fiesta, apareció una camioneta repleta de galletitas, enviadas por una fábrica que hoy recuerdo por su olor a esencia de vainilla. A veces hay que arrojar botellas al mar, a veces alguien sabe escuchar.
Cuando volví a casa, mi hijo me preguntó si podía llevar la carta de Francisco a la escuela. Claro que sí. Orgulloso, la compartió con su maestro de quinto, Gustavo, primo del “Cuchu” Cambiasso, y con su maestra de Lengua en séptimo grado, Andrea, porque fueron las personas que –como mi señorita Adela– le enseñaron a León a escribir cartas de puño y letra.
Sé que las cartas son piezas en desuso, que la tecnología traslada mensajes más rápido y que los datos vuelan ahora a la velocidad de la luz. Pero créanme que, todavía, hay cartas que conservan la capacidad de deparar sorpresas.
(*) Nota publicada en Clarín
Fuente: TN
Esta entrada ha sido publicada el 7 de mayo, 2021 08:45
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