Guido Pella vive un sueño desde que el lunes se metió por primera vez en cuartos de final de un Grand Slam y lo hizo justamente en Wimbledon, el torneo más difícil para los argentinos. Pero detrás del bahiense hay una historia y una familia que lo apoyó desde que decidió que lo mejor para su carrera como tenista era mudarse a Buenos Aires. Y así se fue, solo a los 14 años.
Charo, es una pieza fundamental en la vida de Pella. Ya lo dijo ella hace un tiempo en una entrevista “Más que la madre, soy la psicóloga de Guido”.
Así lo demostró este año en el Abierto de Córdoba, cuando -según revela el periodista Sebastián Torok– Pella la llamó tras perder con Juan Ignacio Londero la final y Charo le respondió: “Hijo, te vas a acordar de mí cuando seas campeón. Ya va a llegar y será pronto”. Menos de un mes después, el 3 de marzo, el bahiense ganó en San Pablo su primer título.
Y lo volvió a hacer ahora, en uno de los momentos más felices de su hijo. Tras meterse por primera vez en la segunda semana de Wimbledon y tras vencer luego a Milos Raonic para acceder a cuartos de final, su mamá le escribió una emotiva carta, en la que repasa los momentos vividos por la familia Pella hasta aquí.
“No es solo un triunfo y tal vez no tenga nada que ver con el tenis. Es sacarse la camiseta de jugador y ponerse la de la persona que está dentro de una cancha. No son games, set, es mucho más que un partido. Es la vida, la que va pasando dentro de un club, en un aeropuerto en la soledad de una habitación de hoteles en lugares recónditos. No es Wimbledon, son los torneos los que ya ni recuerdo su nombre, las horas interminables arriba de un auto o esperando el colectivo más barato. No es la marca que hoy lo viste, son las veces que lavamos la misma remera y la secamos con un secador de pelo y muchas veces húmeda servía para jugar el próximo partido. No son los aplausos, la gente que hoy te rodea, la luz de la cámara encendida hablando de la hazaña que acabas de hacer. Son los años en soledad, son las críticas recibidas, es la desesperanza frente a cada fracaso, la desilusión, el cansancio. No es el dinero que ganas hoy. Es todo el que pedimos, el que debemos, el que aún no alcanza para poder acompañarte. Eso… acompañarte.
Porque no son las las lágrimas de alegría, son las de tristeza las que brotan del alma cuando recordamos esos tiempos donde te dejamos solo. Donde hubo que elegir. Las mismas lágrimas de ese día en la terminal de ómnibus que con solo 14 años te fuiste a vivir solo, a enfrentar un mundo al que no te habíamos preparado porque tampoco nosotros conocíamos. Un mundo donde no había una mamá que te despertara y te vistiera dentro de la cama porque tenías frío en esas mañanas como las de hoy, ni te llevara el desayuno con los brownies que hace un tiempo ya tenes prohibidos. Una vida sin el papá que se ponía los cortos, agarraba una raqueta y mágicamente se convertía en el profesor de tenis. Sin tus hermanas, sin poder ser tres en uno como lo fueron siempre. Sin tu familia, sin tus amigos.
Te merecías ganar, seguramente no más que todos los que al igual que vos luchan por sus sueños vestidos de blanco inmaculado y tal vez ni siquiera pueden estar algún día ahí, en esa cancha número 1, en la Catedral del Tenis. Te merecías ganar y me guardo el porqué, porque hay cosas que no tienen que ver con el tenis sino con la vida y la vida justamente es lo que ocurre fuera de esa cancha de tenis.
Hoy nos regalaste y te regalaste este triunfo. Para tu hermana, Cata, que sigue luchando contra todo y contra ella misma para poder seguir, por Sol que fue nuestro mayor costo de oportunidad, por papá que sigue trabajando más que el primer día y sufre en silencio entre cuatro paredes de una oficina mientras le voy pasando game a game tu resultado …. y por mí, que sigo llorando a ese nenito que hace 14 años se fue en el colectivo más barato de la terminal de ómnibus de Bahía Blanca con rumbo a Buenos Aires y destino incierto a perseguir su sueño, que hoy, se hace realidad”.