coronavirus

Mientras batallaba contra el coronavirus, Javier hizo una promesa y ahora la cumplió: llevó un colectivo con donaciones a la Virgen de Luján

Se debatió durante semanas entre la vida y la muerte. Su mujer pidió a sus amigos y familiares que recen por él y, en cuanto se recuperó, consiguió alimentos y ropa para llevar a la Basílica.

El paso por la terapia intensiva de un hospital o una clínica para los pacientes con coronavirus, y especialmente para los que debieron ser intubados, deja en ellos y en sus familiares una sensación inequívoca: son sobrevivientes. Y de esa vida que viene después poco se habla.

En general estamos pendientes de los datos que nos cuentan la tragedia de la enfermedad, de las vidas perdidas, del miedo a un colapso sanitario, de la espera por las vacunas, de la espera para que todo esto se transforme en un triste recuerdo. Pero Javier me habla de otra cosa. Me cuenta cómo es despertar tras trece días conectado a una máquina que respiraba por él. Me habla de ese despertar en el que no se sabe de donde se vuelve. “¿Qué pasó con mi vida? ¿Tuve un accidente? ¿Por qué no puedo caminar? ¿Por qué me tienen que ayudar a comer? ¿Por qué tengo que aprender todo de nuevo? ¿Cómo me transformé en un nene encerrado en el cuerpo de un adulto?”. Y también me habla Cecilia, su esposa, que estuvo del otro lado de ese sueño peligroso, ese del que los médicos no se animaban a asegurar si Javier iba a atravesar o no.

Toda la familia de Javier lo acompañó a dejar las donaciones. Foto: Telenoche

Las noches sin dormir, los días pegada al teléfono recibiendo noticias que hablaban de saturación, de virus intrahospitalarios, de fiebre, la mirada puesta en dos hijas adolescentes con un papá luchando en el límite de la vida, el repaso obsesivo de los días del contagio, la cabeza y el corazón puestos en lo que fuera que aportara paz, luz, esperanza. El momento en el que miró al cielo y prometió: “Si logra pasar esto, lleno un colectivo con donaciones y se lo llevo a la Virgen de Lujan”. Todo eso y mucho más me cuentan dentro de ese micro que ahora avanza por el acceso Oeste cargado del amor de toda esa gente a la que no conocían, pero que se enteraron de lo que estaba pasando Javier y decidieron sumar.

Mientras estuvo internado, se sumaron con sus deseos, con sus plegarias, con sus ruegos dirigidos a un cielo repleto de Dioses de todas las religiones, y de ninguna. Para muchos era pura energía, luz, buena vibra, lo que sea. Cuando Javier volvió a casa todo ese amor se convirtió en ayuda, en esas bolsas con arroz y fideos, en las cajas de leche que se sacuden entre los asientos del micro, en esa cama, en aquella bicicleta en este interno de la línea 59 donde ahora se mezclan la alegría y las lágrimas, lo que se revive y sacude, las ganas de dar gracias.

Fuente: TN

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Dra. Jessica Mineo
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