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miércoles 9 de abril
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Vivir frente al basural: la historia de una familia atrapada entre el agua, la basura y el abandono

En Cerri, hay vecinos que no solo deben sobrevivir a las tormentas, sino también a la desidia. Alejandro Rímoli vive frente a un basural. No es una exageración ni una forma de decir: es literal. Frente a su casa, donde cría a sus cinco hijos, los camiones y hasta otros vecinos descargan basura todos los días. Pero la situación se volvió insostenible tras el temporal que azotó la ciudad en marzo.

El agua llegó al encadenado, más de dos metros. Mi familia escapó por el ventiluz del baño y se refugió arriba del techo. Ahí se quedaron, como siete u ocho horas”, cuenta Alejandro. Fue el 7 de marzo. A las 11 de la mañana, el agua empezó a entrar con fuerza. A las 11:30, la desesperación. “Agarraron coraje y sacaron a los chicos por el ventiluz. No tenían otra salida”, recuerda. La evacuación no llegó hasta las 8 de la noche, cuando finalmente un bote los rescató.

La escena es difícil de imaginar: una familia entera, durante casi diez horas, bajo la lluvia, sobre el techo, sin comida, sin abrigo, viendo cómo el agua lo arrasaba todo. Perdieron todo. Pero eso fue solo el comienzo.

Desde aquel día, la vida frente al basural es cada vez más irrespirable. “Antes, cuando me vine a vivir acá, no era así. Después del desastre del tornado en diciembre, empezaron a tirar raíces, troncos, escombros. Ahora es directamente basura. Y lo más triste es que muchos de los que tiran son los mismos vecinos”, dice Alejandro.

El relato se vuelve más crudo: “Estoy tendiendo la ropa o arreglando el auto y veo cómo dan marcha atrás y tiran la basura justo frente a mi casa. Les pido que lo hagan más allá, pero no les importa. Estoy luchando con las moscas. Tengo un cartón al lado de la puerta para espantarlas antes de entrar. Porque si entro sin hacerlo, entran 200 moscas conmigo”.

El drama sanitario es evidente: olores nauseabundos, roedores, moscas, riesgo de enfermedades. A eso se suma un caño cloacal roto que lleva semanas derramando aguas negras. “Lo rompió una máquina y nadie lo arregla. Nadie del municipio vino a ver, a preguntar, a decirnos algo. Nadie golpeó la puerta”, reclama con impotencia.

Alejandro resume la situación en una frase dura, real: “Lo que están respirando mis hijos es lo mismo que estoy respirando yo ahora: todo podrido”.

Una historia más entre tantas que la lluvia dejó al descubierto. Y que el abandono, como siempre, se encargó de tapar.

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