En Bahía Blanca, casi el 18% de la población supera los 60 años. Pero más allá de la cifra, hay una pregunta central: ¿cómo queremos vivir esta etapa? El gerontólogo Diego Bernardini invita a cambiar el chip y romper con los estereotipos que pesan sobre la vejez.
Vivir más años no significa solo contar años. Significa, sobre todo, decidir cómo queremos vivirlos. En un contexto donde casi uno de cada cinco bahienses supera los 60 años, el gerontólogo Diego Bernardini propone un cambio de mirada profundo: “Estamos hablando de una transformación, no solo de un cambio. Transformar es cambiar con sentido”, asegura.
La segunda mitad de la vida, como él la denomina, se ha convertido en la etapa más larga de todas. Y, sin embargo, la sociedad aún no ha terminado de adaptarse. “Los estudios muestran que dejamos de percibirnos jóvenes apenas pasados los 40. Pero lo preocupante es que socialmente, al acumular arrugas o canas, ya se nos etiqueta como jubilados, abuelos o pasivos, aunque no tengamos nietos ni hayamos dejado de trabajar”, afirma Bernardini.
Ese fenómeno tiene nombre: edadismo, o discriminación por edad. Se trata, según el especialista, de la forma de discriminación más común y, al mismo tiempo, más invisibilizada. “Se traduce en prejuicios, en limitaciones impuestas desde afuera. Y eso es una herida autoinfligida, porque a todos nos va a llegar esa etapa. Negarla o estigmatizarla es dispararse al pie”, advierte.
Los efectos son concretos. “Hoy sabemos científicamente que discriminar por edad genera sufrimiento, enfermedades y hasta muerte prematura”, explica. Estudios médicos indican que los dos primeros años posteriores a la jubilación, particularmente en varone, muestran un aumento en casos de infarto o cáncer. “No es casualidad, es resultado del vacío que muchas veces genera no estar preparado para ese nuevo momento de vida”.
Para Bernardini, el desafío es doble: individual y colectivo. “Desde lo personal, tenemos que anticiparnos, proyectar, imaginar y construir esa segunda mitad. Y desde lo social, necesitamos políticas públicas, urbanismo, educación y cultura que abracen esta etapa como una oportunidad, no como un cierre”.
“Yo no quiero que por cumplir años me digan cómo vestirme, con quién estar, qué comer o dónde vivir. No quiero perder mis derechos. Quiero vivir con plenitud”, concluye.
