A un mes de la catástrofe que golpeó a Bahía Blanca el pasado 7 de marzo, el jefe de los Bomberos Voluntarios de General Cerri, Andrés Ocampos, describe con crudeza una realidad que aún no cede: “La situación es crítica. La ropa se lava, pero la comida se termina”.
Desde el cuartel, convertido improvisadamente en centro de evacuación y contención durante la tormenta, Ocampos remarca que la emergencia no terminó. “Seguimos trabajando a destajo, ahora acompañando la emergencia social que queda. Hay que seguir adelante con el pueblo, de la mano de la delegación, porque todos fuimos parte. Nadie estuvo exento. A todos nos pasó la inundación por casa”.
La madrugada del 7 de marzo quedó marcada en la memoria colectiva. “A las 3 de la mañana ya sabíamos que esto iba a empeorar. Nos avisaron que el partidor del Sauce Chico había desbordado. El agua no paraba. La gente llegaba como podía al cuartel: en bote, en kayak o caminando, ayudada por vecinos”, recuerda. “Este fue el primer centro de evacuados y autoevacuados. Lo vivimos desde adentro”.
La destrucción fue total. “En los primeros días veías montañas de muebles y pertenencias en la calle. Todo eso es historia perdida. Se perdió lo monetario, que hoy, con la situación económica que tenemos, es algo muy difícil de recuperar”.
Los centros de distribución en Cerri fueron clave para sostener a la comunidad. “Se entregaron colchones, camas, alimentos. Pero como digo siempre: la ropa se lava, la comida se termina. Esta ayuda va a empezar a desaparecer y la gente lo va a notar cada vez más”.
El propio cuartel sufrió daños severos: “Nos entró un metro veinte de agua, que se mantuvo por seis o siete horas en al menos 60 centímetros. Todo lo que tocó esa altura, lo destruyó: equipos de rescate, motobombas, camiones, legajos, archivos, la unidad de traslado… todo”.
“El agua entró en 15 minutos. Cuando nos dimos cuenta, ya la teníamos en la cintura”, lamenta.
Esta entrada ha sido publicada el 7 de abril, 2025 12:03
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