Las imágenes del arroyo Napostá desbordado, convertido en un torrente que arrasó calles, viviendas y estructuras urbanas en Bahía Blanca, quedarán por mucho tiempo en la memoria colectiva.
Para Aloma Sartor, exconcejal, ingeniera y activista ambiental, además de vecina del lugar, la ciudad atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia reciente. Y lo que se ve en el arroyo es apenas una muestra del impacto profundo que dejó la catástrofe.
“La ciudad está desgastada. Primero fue el viento en 2023, después el granizo, y ahora esto”, afirmó. Sartor, con experiencia en la Comisión de Medio Ambiente del Concejo Deliberante, sigue de cerca la situación, tanto desde su rol técnico como desde la vivencia diaria: vive justo frente al Napostá.
El cambio climático, dice, ya no es una hipótesis lejana. “Los modelos muestran que los eventos extremos serán cada vez más frecuentes. Lo estamos viendo en todo el mundo. Y ahora nos tocó a nosotros. Bahía fue golpeada varias veces en poco tiempo”.
Sartor no minimiza la necesidad de obras, pero plantea una visión más integral: “No hay ingeniería que soporte una catástrofe de esta magnitud. Claro que hay que hacer cosas: embalses en la cuenca media, sistemas de captación de agua, revisión del canal Maldonado… pero también hay que entender que no existe una solución única ni definitiva. Habrá que pensar en un conjunto de medidas que incluyan desde infraestructura hasta alertas tempranas y trabajo con la comunidad”.
La exconcejal insiste en que es momento de cambiar la mirada: “Durante años, en Bahía Blanca se habló del riesgo hídrico como algo hipotético. Ahora lo tenemos frente a los ojos. Y aunque esta lluvia fue en la cuenca baja, si se hubiese dado en la cuenca media o alta, habría sido aún más devastador”.
Mirando el arroyo desde su casa, admite que el daño le genera tristeza. No solo por el ecosistema alterado, sino por lo que ve en cada rincón de la ciudad: “Me parte el alma ver a los pequeños comercios intentando levantarse, a familias que lo perdieron todo. El desafío ahora es acompañar la reconstrucción y pensar cómo salimos de esto con una mirada más justa, más preparada”.
Cuando se le pregunta qué puede hacer una persona común, responde con claridad: “Necesitamos cambiar la forma en que nos relacionamos con el ambiente. Cómo vivimos, cómo consumimos, cómo nos movemos. Lo ambiental tiene que ser un valor. Y si los vecinos lo entienden como tal, lo van a exigir. Solo así los dirigentes lo pondrán como prioridad. Si no, seguimos en el cortoplacismo”.
No se trata solo de repensar canales o construir muros. Se trata de imaginar otro modelo de ciudad, más resiliente, más consciente y mejor preparada para lo que viene. Porque, como ella misma lo resume: “Cuando el agua llega con esta fuerza, no hay obra que aguante. Pero sí podemos prepararnos para no ser siempre los más vulnerables”.
Esta entrada ha sido publicada el 7 de abril, 2025 16:32
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