“Perdí todo. La heladera, la cama, la ropa. Me hice una cama con un palé. Vivo con las botas puestas. Como con las botas. No duermo, me tiro para atrás nomás”. El relato crudo pertenece a una vecina del barrio Tierras Argentinas, que fue nuevamente azotado por las lluvias. La última gran tormenta terminó de profundizar una situación que, lejos de ser nueva, ya se volvió parte de la rutina para quienes habitan este sector olvidado de la ciudad.
El agua volvió a inundar viviendas, calles y patios. Según denuncian los vecinos, las obras de nivelación realizadas previamente con máquinas “bajaron demasiado la tierra”, lo que agravó las consecuencias de cada nueva lluvia. “Esto pasa muy seguido. Esta vez la gente se está yendo porque ya no puede vivir así”, cuentan.
El barrio quedó aislado: salir sin botas es imposible. Las calles están cubiertas de barro, y las napas brotan desde el suelo hacia adentro de las casas. “Yo salgo en bicicleta porque no se puede caminar. Acá cerca ni podés salir”, relatan. Las consecuencias no son solo materiales: hay preocupación por enfermedades, plagas y el deterioro de las condiciones sanitarias. “Hay dengue, ratas, mosquitos. Me mordió una rata. Tuve que ir al hospital y comprarme yo la antitetánica, porque no me la dieron”.
Frente a la emergencia, la asistencia oficial fue escasa. “Vinieron a censarme pero no recibí ni un colchón. Lo poco que tengo me lo dieron conocidos o gente que no me conocía y me quiso ayudar”, explica una mujer. La ayuda estatal, dicen, fue mínima y dispersa. El Ejército estuvo en el barrio realizando tareas de drenaje, pero las lluvias posteriores anularon cualquier mejora. “Le pedí a los que vinieron que me saquen el agua de la casa. Me dijeron que no se podía”.
En medio de la desidia, emerge una red de ayuda entre vecinos. “Yo no soy del barrio, pero tengo familia acá. La gente me dona cosas y yo las reparto. Nos traen frasadas, ropa, calzado. Hemos comprado veneno para ratas y lo repartimos entre todos. Porque no es una sola casa: están todas igual”.
Las historias se multiplican. Una mujer cuenta que su sobrino le pidió una casa nueva: en la suya ya crecieron hongos en las paredes y colchones. Otro vecino, retraumado por lo vivido, agradece con vergüenza cada ayuda que llega. “Yo no estoy acostumbrado a pedir”, le dijo. “Pero no nos queda otra”.
Los testimonios se repiten y revelan una situación límite: colchones húmedos, mercadería arruinada, puertas inexistentes, humedad permanente. “Somos la cuadra olvidada”, resumen. Y aunque no piden casas nuevas, sí exigen lo mínimo: tierra para rellenar, drenajes que funcionen, presencia concreta del Estado.
Esta entrada ha sido publicada el 26 de marzo, 2025 12:36
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