Javier Barrera, un trabajador de la construcción, que en febrero de este año, mientras hacía una “changa” en la colocación de unos carteles en Bravard al 700, se cayó de una escalera y golpeó su cabeza.
Ese accidente laboral marcó su vida y de un día para el otro nada volvió a ser como antes.
Pasó 21 días en coma inducido, le realizaron una traqueotomía, y tuvieron que sacarle parte del cráneo. Durante 8 meses estuvo a la espera de su prótesis, sumado a que no podían operarlo por el contexto de pandemia, circunstancia que impedía ser recibido en el hospital.
Javier fue golpeado por la burocracia típica de un sistema de salud débil, que ralentiza todo y además de sufrir desgastes anímicos producto de su situación, tuvo que salir día a día a tocar puertas para obtener una respuesta y alimentar su esperanza de ser intervenido.
Tuvo preocupaciones, altibajos y mucho miedo. Tuvo ilusiones que en un abrir y cerrar de ojos se desmoronaban cada vez que pedía hablar con alguien y volvía con las manos vacías.
Sin embargo, un día esa llamada llegó y le confirmaron que finalmente podían operarlo.
