El 27 de enero de 1945 el Ejército Rojo soviético liberó a los 7.500 prisioneros que quedaban en el campo de concentración de Auschwitz, Polonia, uno de los emblemas del Holocausto y donde fueron asesinadas 1,1 millones de personas, en su gran mayoría judíos.
Estaba ubicado a 50 kilómetros de Cracovia, fue construido a partir de 1941 y el año siguiente se convirtió en el principal centro de exterminio de judíos como parte de la “solución final” nazi. El primer jefe a cargo fue Rudolf Hess, que fue mano derecha de Adolf Hitler. Tenía cuatro cámaras de gas y cuatro hornos crematorios. Dado el avance del nazismo se dividió el centro en tres campos y el más grande fue el II, Birkenau.
Los prisioneros llegaban allí en trenes y en su mayoría eran enviados a las cámaras de gas, tras una “selección” que se realizaba en la rampa de entrada. Allí se reservaba el derecho a seguir con vida provisionalmente a quienes tenían las condiciones físicas para trabajar como esclavos. Eran alojados en barracas, donde estaban hacinados y en pésimas condiciones.
“Arbeit macht frei” (el trabajo libera, en alemán) era la inscripción que estaba a la entrada del centro de exterminio, y que se convirtió en uno de los símbolos del campo del horror. Lejos de ese infame mensaje los prisioneros eran obligados a realizar tareas forzadas y esclavas, y luego eran ejecutados en las cámaras de gas.
Entre 1940 y 1945 fueron asesinados cerca de 1,1 millones de prisioneros entre hombres, mujeres y niños. Más un millón eran judíos, mientras que el resto fueron polacos no judíos, gitanos y presos soviéticos. Tras el exterminio los nazis se apropiaron de todas sus pertenencias.