En tiempos de cuarentena, te recomendamos una historia que nos propone tener una mejor conexión con los demás y soñar con un futuro no tan inverosímil.
Lo imposible se hizo real. El aislamiento físico y obligatorio (más que social) no es parte de la ciencia ficción sino algo cotidiano. Y con este encierro obligado por la pandemia de coronavirus se aceleraron distintos cambios tecnológicos y digitales impensados años atrás. ¿Qué enseñanzas ofrece la tecnología para acercarnos mejor al futuro sin perder la esperanza colectiva? Es lo que logra sondear la serie Tales From the Loop.
Su desafío es exponer cómo los avances científicos, cibernéticos y futuristas influyen en nuestra subjetividad. No para volvernos meros robots consumidores, sino para ayudarnos a materializar nuestros sueños afectivos: para tener una mejor conexión con los demás. En sus ocho episodios independientes (pero relacionados), enlaza a una serie de historias íntimas con los saltos tecnológicos, necesarios o no, y por eso contribuye a imaginar un mañana no tan inverosímil.
Tales From The Loop se puede traducir como “relatos desde el bucle” en una doble referencia. Primero, a la repetición de historias de vida programadas o digitadas por circuitos o secuencias. Esos son los “bucles”, un concepto muy mencionado también en el drama robótico Westworld, sobre los androides que se rebelan a la rutina de sufrimiento que les impusieron los humanos. En segunda instancia, el título de esta ficción de Nathaniel Halpern alude a “The Loop”, un laboratorio subterráneo emplazado en la localidad de Mercer, Ohio, Estados Unidos.
The Loop es una expresión coloquial de los pobladores para referirse al Centro de Física Experimental (MCEP). Pero su creador y director, a cargo del actor Jonathan Pryce, sostiene que es “una máquina construida para desbloquear y explorar los misterios del universo, haciendo cosas que estaban relegadas solo a la ciencia ficción”.
Hay que animarse a descifrar los argumentos de esta serie y compararlos con las rutinas analógicas y digitales que, sin haberlo premeditado, brindan aire en medio de la sinrazón pandémica. ¿Por qué nos hace reflexionar sobre el peso cada vez mayor de la tecnología y qué lecciones nos deja para cuando podamos volver sin miedo al exterior?
La inspiración para Tales From the Loop es inédita: las pinturas digitales del sueco Simon Stålenhag, muy exitoso, en su libro homónimo de 2014. Ellas representan escenas urbanas y rurales, con tópicos fantásticos, como robots gigantes y estructuras ultratecnológicas. La paradoja es que el ambiente que plantea esta producción tanto remite al presente de Mercer, Ohio, como a la Suecia de la década de 1980.
Por eso no se verán celulares inteligentes ni computadoras diminutas, pero sí ese dispositivo que pareciera poder vencer las barreras del tiempo y del espacio (quizá en una metáfora del cyberespacio), además de tractores flotantes y de robos altos como árboles, que pululan por los bosques sin que nadie se escandalice. El pavor ante lo desconocido, o ante la inteligencia artificial, no es tan gravitante como el extrañamiento humano ante lo que lo rodea.
Tomando esta estética pictórica, Nathaniel Halpern estructura historias conmovedoras, algunas más veloces que otras, y experiencias emocionales universales, con intriga y efectos sorpresa, gracias a una legión de actores famosos en cada episodio. Además de Pryce están Rebeca Hall, Paul Schneider, Jane Alexander, Daniel Zolghardi y Duncan Joiner, entre muchos otros.
El sueco Stålenhag (nacido en 1984) dotó a sus dibujos de un tono nórdico afín: el de los pueblos rurales de su país en los años ’80. No casualmente, cada escenario de Tales From the Loop no queda lejos de esa oficina subterránea gubernamental con inmensas o pequeñas máquinas vueltas chatarra, abandonadas entre la maleza o por los caminos. Esto remite a la vez a la decadencia capitalista como a la del mundo soviético, en que los grandes desarrollos de la industria pesada de la esfera de influencia de la U.R.S.S. prometían una panacea pero terminaron en frustración: la búsqueda de un sistema perfeccionado sigue hasta hoy.
Stålenhag tampoco pensó de la nada sus imágenes, publicadas no en uno sino en tres libros: Tales from the Loop (2014), Things from the Flood (2016) y The Electric State (2017). Él mismo se basó en las producciones artísticas de Ralph McQuarrie y Syd Mead, autores de los diseños conceptuales de Star Wars y Blade Runner. Halpern trabajó sus creaciones como cuadros inspiradores para el storyboard de la serie, en la que cada relato se enganchará con el siguiente también a modo de “bucle”. Por eso puede verse como escenas aisladas, con su propio valor estético, pero también como un gran arco de psicologías a merced del entorno (peligroso o pacífico) y de la incertidumbre sobre lo que les depara el futuro.
Lo digital no el fin, sino el medio. Es el recurso para que los personajes de Tales from The Loop exploren sus desafíos más íntimos. Por eso la serie es, ante todo, un drama. El lenguaje de la ciencia ficción opera para poner en espejo a los protagonistas y a sus dolores y anhelos postergados. En el primer episodio, titulado Loop, Loretta (Rebeca Hall) es una madre con dos hijos y con un marido que carga un brazo robótico. Ella se lleva mejor (que aquél) con Russ (Jonathan Pryce), su suegro, el creador de la máquina bajo el pueblo de Mercer.
A la vez hay una niña que va en busca de su casa y de su mamá, ya que ambas desaparecieron debajo de ese pueblo cubierto de nieve. La secundará Cole, otro niño (a cargo de Duncan Joiner). La tecnología será el disparador, pero el foco de este episodio -dirigido por Mark Romanek- será la ausencia, metafórica y real: la maternidad y el abandono. Y no muchos en la comunidad sienten extrañeza por lo ocurrido. Lo toman como algo natural. El origen de The Loop es menos importante que lo que la máquina genera en la comunidad.
En el cuarto episodio, que dirige Charlie McDowell, se desarrolla la relación de Russ (Pryce) con su nieto menor, Cole (Joiner), a través de un tema profundo y conectado con el del primer episodio. El anciano se entera de que tiene una enfermedad terminal y ofrece una respuesta para conjurar el trauma. Dice que creó The Loop para “transformar lo imposible en posible y dar esperanza”.
Claro que el niño no se satisface con mensajes abstractos. Interroga a los adultos sobre el futuro y en eso encuentra una gran esfera en medio del campo. Pero tampoco se dice por qué ni cómo: el nivel emocional es más relevante aquí que el devenir de la acción y la argumentación sobre lo inexplicable, o sobre las nuevas tecnologías. El tema en el episodio es, desde ya, cómo esperar la muerte y la despedida, o intuir nuevos matices sobre la pregunta recurrente: ¿Existe un más allá?
Stasis, el tercer episodio, está centrado en una adolescente que se enamora y que intenta hacer que ese sentimiento dure para siempre. Asimismo, el sexto, Parallel, se enfoca en Gaddis (Ato Essandoh), el portero de The Loop, y en su viaje hacia un territorio desconocido en busca de esos mismos sentimientos que las pantallas no garantizan ni generan: el amor, la empatía.
Charlie McDowell, de nuevo en la dirección, plantea que ningún desarrollo inimaginable hace algunos años puede resolver por sí solo los grandes conflictos humanos: la soledad, la extrañeza frente a lo desconocido, el desencanto, el vacío existencial y la ansiedad por llenarlo con la última novedad tecnológica del mercado.
Gaddis es un tipo tímido y harto de su trabajo, que cree en el amor como algo idílico e ideal, hasta que se de cuenta de que no existe un ideal físico ni mental. En ese tránsito subjetivo va a ver mejor al hombre cuya foto observó con fervor: el personaje que interpreta el modelo y actor español Jon Kortajarena (antes visto en varios filmes, en la mediocre serie Alta mar y en varios videos de Madonna).
En aquel mismo episodio, Gadiss (Ato Essandoh) repara un tractor abandonado y se ve llevado a una realidad alternativa. Los sucesos tendrán su progresión, aunque no su demostración. No hacen falta, pues el interés de los realizadores es meditar visualmente a partir de los traumas de los personajes, más que decirles a los espectadores por qué ocurren los hechos. Sus efectos son más subjetivos que externos.
La sobreinformación tampoco garantiza el sosiego: detrás del bombardeo de noticias espera un gran vacío. Eso se relaciona con el estado de ánimo que también generan el diseño de producción en conjunto con la fotografía, y los efectos visuales y sonoros: es el de un largo invierno. La música, con esa sensación de aislamiento, tiene la garantía de Philip Glass y de Paul Leonard-Morgan.
El ritmo y el espíritu melancólico que envuelve a Tales From the Loop puede operar tanto como una alusión a la soledad espacial como al destino del hombre en un ambiente enigmático. Lejos de las grandes ciudades también se vive en tensión. La calma no depende sólo del espacio, sino del tiempo: de cómo cada uno pueda escuchar a sus propios deseos. Las soluciones tecnológicas quizá sean un paliativo, pero las respuestas siguen esperando la mente, para volver a emerger, con un nuevo sentido de comunidad, al exterior.
Fuente: tn.com.ar
Esta entrada ha sido publicada el 7 de abril, 2020 11:18
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